A tope de pasión
Atomizador
Transcripción
A tope de pasión es una breve serie de entrevistas a personas movidas por una curiosidad insaciable. Me he centrado en personas que dedican su tiempo a actividades creativas y críticas porque quieren, porque se han empeñado en ello, y no porque pueden. Esta serie de entrevistas es una última llamada de atención sobre cómo los comportamientos artísticos no tienen, o al menos no deberían tener que ver con los privilegios. Para esto, en estos cuatro podcasts, conscientemente biográficos, se puede escuchar no solo la pasión que mueve a estas personas para dedicarse a actividades artísticas, sino también las condiciones sociales y económicas que no se lo han puesto fácil. En el tercer episodio, Atomizador.
Yo me llamo José, hago música bajo el nombre Atomizador. Llevo la plataforma Afeite al Perro —la micro plataforma: Afeite al Perro—, y hago los fanzines: Manchas y Ruido y el fanzine HAZ, que es mi fanzine de dibujos. Por ejemplo, un Mondo Sonoro yo no lo metería en mi casa, pero ni para leerlo cinco minutos.
Yo trabajo de maestro. En mi trabajo nadie sabe que hago música ni que he tenido grupos ni que hago fanzines. Está completamente apartado de ese entorno. Es una movida un poco esquizofrénica y una disociación un poco extraña. En principio era porque en un entorno como un colegio —la institución educativa, que es pública— no me parecía bueno para mí que la gente supiera lo que hago en mi tiempo libre, en general. Sigo manteniendo esa doble vida, la verdad. Algún padre me ha pillado en un concierto: "¿Qué haces aquí tú?", "que voy a tocar…" y "¿qué?".
Cuando le he dicho a alguna persona que esto lo mantengo un poco fuera de ahí, todo el mundo lo entiende. Nadie va a decir nada. Tampoco hago nada clandestino ni secreto, evidentemente, pero creo que está bien mantener eso aparte. De vez en cuando hago búsquedas por Google de mi nombre y apellidos reales, y no estoy en ningún sitio nada más que en el colegio en el que trabajo. Eso me encanta.
Y luego hay otra parte, que es que me gustan los seudónimos musicales. Para mí es algo que entronca algo con ella como fantástica y mágica del arte. O sea, mi nombre completo como músico me parece algo gris, y Atomizador me parece algo más evocador, divertido —no sé—.
Yo tengo un trabajo —no me gusta decir “soy”—. Yo trabajo de maestro de primaria, es mi oficio. Llevo veintiún años trabajando del típico maestro de Primaria. Y en ese trabajo, yo no tengo vocación alguna, pero tengo mucha responsabilidad. Entonces lo intento hacer lo mejor posible, pero no tengo ninguna vocación. Si pudiera no lo haría, evidentemente. Y ese trabajo lo escogí porque en mi mente, cuando era más joven —soy una persona muy pragmática—, cuando tenía veinte años veía que yo no sabía hacer nada más que tocar la guitarra y tenía que ganarme la vida porque yo no soy rico. Entonces pensé, pues de tocar la guitarra a “profe” de música, con bastante tiempo libre —en mi cabeza—. Esa es la historia. Hay grandes vacaciones, hay mucho tiempo libre, tendría todas las tardes libres —luego descubrí que eso no es así— y así puedo dedicarme todo el tiempo que pueda hacer música a mi manera, que es lo que he hecho toda mi vida —la verdad—.
Yo soy una persona muy testaruda y me gusta hacer las cosas a mi manera. No me gusta dar la mano a gente que no quiero dar la mano. No me gusta estar metido en cosas que no me interesan o que me disgustan.
Creo que, si te dedicas a intentar sacar tu sueldo de tu arte, vas a tener que pasar por ciertas cosas. Yo prefiero mantener eso al margen y mantenerlo completamente libre y sacrificar parte de mi tiempo, mucha parte de mi tiempo —por desgracia— en el trabajo, en el que hago cosas que evidentemente no me gustan, pero más o menos estoy conforme de una manera digna con ese trabajo.
El sacrificio…, yo tengo ya 48 años y, la verdad, es que me va pesando. Cada vez me cuesta más sacar tiempo para hacer mis cosas. Ahora me he convertido en un adicto al café para poder dibujar y poder tocar y componer, y es un poco locura. A veces paso temporadas un poco maniacas en las que estoy trabajando y luego preparando clases me lleva también bastante tiempo. Cuando trabajas con personas…, yo trabajo con niños, es inevitable llevártelo a casa porque desarrollas un cariño y una empatía por esos niños y niñas, por supuesto. Cada vez me cuesta más encontrar los huecos para hacer mi movida.
¿El precio a pagar? A veces ciertas cosas personales están un poco sacrificadas: la vida de pareja, por ejemplo; la vida social, a veces. Sobre todo, cuantos más años tengo más me cuesta esa historia. No me arrepiento de haberlo hecho así, me parece bien. O sea, he podido hacer siempre lo que he querido, musicalmente. Por suerte me encuentro en una pequeña comunidad de gente que vive de la misma manera, en la que puedo ir a tocar por aquí y por allá cuando quiero, puedo montar conciertos. Tengo muchos amigos. Todos mis amigos y amigas vienen de una visión —por decirlo así— artística. O sea, hacen música que me interesa, fanzines, dibujos, arte... Bueno, y creo que eso no podría haber sido igual si hubiera intentado ganarme la vida con la música.
Yo di clases de guitara con un “profe”, José Luis se llamaba, y él era un hombre que me daba clases en un pequeño localito en la calle Olmo, cuando yo tenía 15 años. Entonces, yo progresaba muy rápido con la guitarra eléctrica y él me decía: “tío, tú vas a ser un gran guitarrista”. Y yo me sentía muy orgulloso de mis progresos. Estaba todo el día tocando la guitarra. Él debía tener por esa época, treinta y pico años, y entonces, un día, me dio un me dio un consejo que nunca olvidaré, me dijo: “José, tío, tú no te dediques a esto, no te dediques nunca a esto porque puedes acabar como yo”.
El hombre era músico de estudio, músico mercenario; es una manera bien digna de ganarse la vida. Su visión era como que era un mundo muy precario —muy precario—, en el que iba a tener que sacrificar muchas cosas. Ese consejo nunca lo olvidaré, la verdad. No lo seguí por él, pero nunca se me olvidó eso.
No me veo haciendo las cosas de otra manera, teniendo que estar en un sello discográfico que me diga lo que tengo que hacer. Eso no lo puedo soportar. O sea, tengo que hacer cosas puramente a mi manera. Tengo el privilegio también de poder hacerlo. No todo el mundo puede hacer eso, es evidente, y no critico a la gente que no lo hace, nada más lejos de mi intención. Pero, si puedo hacerlo, y he podido hacerlo siempre, lo voy a seguir haciendo.
Ahora hago música bajo el nombre de Atomizador. He estado en proyectos como Humor Vítreo, con Ana Cibeira. Estuve haciendo Los Insectos, también, con Miguel Llansó, es mi mejor amigo, y con él llevo tocando casi toda mi vida, pero ahora mismo solo hago música bajo el nombre de Atomizador, que es mi proyecto en solitario.
Afeite al Perro fue el nombre que dimos al sello o plataforma, porque en realidad no sacábamos muchas cosas. Un nombre bajo el que podíamos publicar cualquier cosa los miembros de Ensaladilla Rusa, que era un grupo que yo tuve con varios amigos: con Miguel Llansó, que ahora es un cineasta psicodélico increíble; con Pablo Prisma, que hace música también ahora en solitario; y con un amigo mío que se llama Jaime, con el que ya no tengo contacto.
Le dimos ese nombre a nuestro sello. Está sacado de un cómic de Daniel Clowes, que es uno de mis dibujantes de cómics favoritos. La verdad es que sacamos pocas cosas en ese momento. Hicimos un CD-R de Ensaladilla Rusa; sacamos un disco de Campamento Ñec, que fue un grupo que tuvimos luego tres miembros del grupo; un DVD si no recuerdo mal; y algunos casetes de un proyecto que tenía, que se llamaba Tetris, que era un proyecto en el que la idea era hacer arte sin tener que pasar por el sistema económico monetario. Entonces hacíamos música en la calle y no aceptábamos dinero de nadie. Tampoco creo que nos lo hubieran dado —la verdad—. Dimos un par de conciertos sin cobrar. Hicimos unos casetes, eso también salió bajo el nombre de Afeite al Perro.
A partir de 2008 me quedé yo solo con el nombre. Yo tampoco lo llamo sello, es una plataforma, porque es el nombre bajo el que hago todos los fanzines y ediciones de Atomizador, de los grupos que he tenido, etcétera.
Yo a mi música le llamo Pop Radical, por varios motivos, porque cuando empecé a hacer música como Atomizador, con instrumentos de cuerda: ukelele, al principio, y luego guitarra española, allá donde iba me ponían el cartelito: "Atomizador, folk". Me parecía muy ajeno a mi visión de la música que hago.
¿Folk? ¿Cómo que folk? Primero, no hago letras. Entonces, la música folk, en general, es una música popular en la que la canción es importante y sus letras son importantes. Yo he eliminado esa parte completamente de mi música porque no me interesa. Es casi como una música instrumental pero con voces o algo así. Entonces, entendí que me metieron ahí porque toco sentadito con una guitarra, y porque hay ciertas técnicas que he cogido del folk, como el fingerpicking, pero la estética creo que no tiene nada que ver con eso.
Pop Radical: mi espíritu viene del punk, del punk idealista, el hardcore punk político-idealista, de pensar siempre lo que estás haciendo, qué sentido tiene, qué contenido tiene, de los sitios donde tocas y los sitios donde no tocas, los medios en los que sales y los medios en los que no sales. Todo tiene un motivo.
Entonces, para mí, el Pop Radical era una manera de salirme de ese folk, de meter la palabra pop, que creo que tiene mucho que ver con lo que hago en todos los aspectos: en la música pop y el arte; con Pop como popular, y la palabra “radical”, que era una manera de decir que vengo del punk —no sé, algo así—. Entonces, sigo usando esa etiqueta. Es una etiqueta, es una tontería, no tiene más.
Y luego llamé a un disco Pop Radical, que fue el primer disco largo que hice como Atomizador. Pop Radical es un pequeño homenaje y una referencia un poquito oscura al grupo Firmeza 10, un grupo de Teodoro —del que he hablado antes— que tenía un disco que se llamaba Hardcore Radikal. Un disco que fue muy influyente dentro de una pequeña escena musical en la Península y también en el resto del mundo. En el disco aparecen las letras de Teodoro con la potencia que tiene su tipografía: Hardcore Radikal. Y tiene una frase que pone: “Esto no es música, es mierda”. Eso también me encantaba, la verdad.
Yo, hoy en día, toco la guitarra, ese es mi instrumento favorito. Me gusta la guitarra y es con lo que me expreso mejor. Pero, cuando tuve esta depresión que te dije antes, que se prolongó mucho, y no podía ver una guitarra. No sé por qué motivo dejé de tocar en grupos y no podía, ni siquiera puedo explicar por qué. Tenía la guitarra escondida debajo de la cama, no podía ni verla. Y mi pareja, en ese momento, me regaló un ukelele, me imagino que con la intención de desbloquear mi cerebro, fue súper efectivo para mí y empecé a acercarme otra vez a la guitarra.
Hice un disco con laúd y con vihuela, porque son instrumentos que heredé de un tío mío, de un hermano de mi madre, que tenía muchos instrumentos y era un gran músico. Cuando falleció, mi abuela heredó esos instrumentos y, cuando mi abuela falleció, esos instrumentos se repartieron en la familia. Y mi madre recibió un laúd, y yo quise darle un valor. ¡Qué gran oportunidad tener un laúd para tocar! Es un instrumento muy caro que yo no podía comprar, pero tengo un laúd que es un tesoro. Es cierto que ahora mismo ya no lo toco casi, pero compuse un montón de piezas con él, con la vihuela también. Pude dar un concierto gracias a ti y a Rubén, que fue una oportunidad, de verdad, maravillosa, que no he vuelto a tener.
Pero son instrumentos que han caído en mis manos. Yo no me he acercado a ellos. Ahora toco un buzuki, porque, Corazón, una colega, me regaló un buzuki que ella no usaba; un buzuki muy barato.
Yo, si tengo un instrumento en mi casa, pues, lo toco y compongo piezas con él, porque es una manera diferente de acercarme a la música. Estos instrumentos, al tener otras afinaciones, me permiten abrir la mente y el oído a otros caminos.
Yo no conozco la técnica de laúd —claro—. Una persona que toque el laúd de verdad, si me viera tocando el laúd diría: “esta persona no está tocando el laúd”, pero eso me da igual, no me interesa. Cuando recibí el laúd lo primero que hice fue abrir Internet para ver cómo se ponía la mano derecha, era mi único interés, y cuando vi cómo se ponía, quité el vídeo, y lo primero que hice fue componer un tema. No me interesa un acercamiento académico a ningún instrumento en general.
Cuando yo me quedé solo con el sello, por decirlo así, pasé por una depresión bastante profunda y tuve que dejar de tocar la guitarra, no podía componer, no podía tratar la música de la misma manera que siempre la había tratado, que era de manera compositiva. Entonces empecé a hacer música con casetes, yo le llamaba "Punkderphonics". Estaba muy influido por John Oswald y toda esa movida…, Negativland. Toda esta música, que la verdad es que me encanta todavía. Fue una forma muy divertida de hacer música y muy sencilla.
Para mí era más un juego, y que no es cómo me tomo la música cuando toco la guitarra. Era un juego, y entonces empecé a hacer casetes.
Yo no creo en las etiquetas y creo que las palabras solo catalogan y controlan algo tan libre como la música, tan abstracto como la música, pero bueno, sirve para entendernos. A mí siempre me ha gustado hacer juegos. Pop Radical es un juego.
Plunderphonics es la música hecha a partir de retales sonoros de ajenos, de otra gente. John Oswald es el que dio este nombre. Los discos de John Oswald a mí me fascinaron cuando era más joven. Me parecía una idea fascinante.
La obra más famosa de John Oswald tiene una portada derivada de Michael Jackson que es muy divertida —la verdad—, es una gran broma, pero la música, además, me parece súper interesante. Entonces él tenía la idea de que, ya que tenemos que recibir esta música y no podemos librarnos de ella, pues vamos a hacer algo con esto. Entonces él la retuerce, la deriva y hace unas obras que a mí me parecen maravillosas. Por ejemplo, la pieza que hizo con la música de Grateful Dead —grupo del que yo soy súper fan— es tan buena como cualquier cosa de Grateful Dead, y se nota que además lo hace con un respeto a ese grupo. Como yo hacía música en esa época bajo el nombre de Humor Vítreo y Atomizador, con casetes, CDRs, CDs, walkmans y discmans de una manera muy precaria, pues le llamaba "Punkderphonics", porque yo no usaba ningún medio digital, no usaba ordenadores, no controlo programas de edición. Era una manera de hacer Plunderphonics como una especie de música concreta muy primitiva.
La explosión de la música industrial es lo que dices tú..., es una música concreta popular, pero con un espíritu muy hazlo tú mismo y muy punk, o sea, gente que, aunque vinieran del mundo del arte y conocían las teorías sonoras y artísticas vanguardistas, su espíritu claramente estaba influenciado por una manera muy punk y que viene también, yo creo, del rock and roll, algo que Genesis pre reconoció, fan de Brian Jones y de Syd Barrett y de todos estos grupos de los 60.
Entonces, conocer esa música creo que a mucha gente nos abrió mucho la cabeza. Que no fuera algo académico, que la música experimental con esas historias tan bonitas, pues es algo que puede hacer cualquiera con una grabadora o con un walkman o con prácticamente nada. Eso me parece súper interesante. Una manera sencilla y barata de sacar música, y saqué montones de casetes.
Cuando empecé a hacer mis propios casetes pensé que también podría sacar casetes de otra gente. Hice varias ediciones de gente, amigos míos como el grupo punk Sudor, Scumearth, Coàgul, Olaf Ladousse bajo el nombre de Burro Ácrata, C-utter…, un montón de gente que yo consideraba y considero afín a un espíritu que viene del punk, pero que estaban más abiertos de mente, estilísticamente.
Ahora mismo no saco música de nadie. Ahora lo tengo como una plataforma de pura autoedición, en parte porque yo no tengo distribución ni alcance y tampoco me interesa mucho hacer eso —la verdad—. Entonces, me aparecía poco honesto sacar un material de otra gente y no darle el valor que creo que tiene, así que ahora saco simplemente mi propia música.
Lo que se llama, se ha llamado, la "cultura del casete", que era el arte postal y de intercambio por casete. En la era pre-Internet no había manera de comunicarse más que por correo. Yo me consideraba un cierto heredero de esa cultura, o sea, uno de tantos herederos de esa cultura. Y creo que es algo que también enlaza mucho con la escena de la que yo vengo, que es la escena hardcore punk, en la que había un intercambio continuo de correo, de cartas que te escribía gente de otras provincias y de distintos puntos de la Península, intercambio de fanzines y las cartas decoradas. Esto se llevó a su máximo exponente con la cultura del casete de los 80, en la que con el Mail Art [Arte postal], que me parece también algo súper interesante y que me marcó mucho en ese momento en el que estaba haciendo estas cintas de Afeite al Perro. Sigo amando esa cultura, me aparece una cultura absolutamente libre, que se hace la música por el mero hecho de hacerla, como una manera de expresión pura. Algunos de mis músicos favoritos pertenecen a esa cultura, gente como Minóy, Agog, Damian Bisciglia, me parece una música alucinante.
La forma en la que hacía los casetes, algo que descubrí a principios de los 2000, convertía cada casete en una pequeña obra de arte. Eso me parecía increíble. De una manera humilde es lo que yo he intentado hacer también con Afeite al Perro, convertir cada objeto en algo que tuviera una vibración artística y única, y siempre con algún toque manual. Todas las cintas eran pintadas con espray, que era una práctica muy habitual en los años 90 y 2000.
Como las cintas me salían muy baratas porque conocía una tiendita de Madrid que me las vendían las cintas por centenas y me las dejaban baratísimas, podía hacer ediciones muy baratas con portadas a color, con toques manuales y poder venderlas a 1€/2€, que es algo que me parece importante, que fuera asequible —accesible, perdón— a cualquier persona, independientemente de su economía.
Hace unos pocos años hice un Manchas y Ruido completamente dedicado a la cultura del casete. Hice varias entrevistas a gente a la que escribí, la mayoría estadounidense, que fue uno de los lugares donde esa cultura tuvo su exponente, para mí, más interesante, porque el espíritu que tenía esta gente en Estados Unidos era muy diferente al espíritu europeo —en mi opinión—. En Europa, toda esta música experimental y con toques de industrial —por decirlo así—, tiene una imaginería que a mí no me gusta mucho, que a veces toca estéticas neofascistas e incluso ideologías neofascistas, a veces, demasiadas veces en algunos casos. Esas tácticas de choque —como se llaman— me parecen algo meramente infantil, y que visto cómo está ahora mismo y cómo ha estado siempre, pero visto con los avances del fascismo en este planeta, es una broma que no me gusta.
En Estados Unidos es algo muchísimo más libre, o sea, es un tipo en su casa o una tipa en su casa expresándose libremente, intercambiándolo con otras personas por el planeta. Me parece maravilloso, o sea, muchísimo menos pedante que algunos exponentes europeos —por decirlo así—. Entonces entrevisté a varias personas. Fue súper enriquecedor conocerlos, con algunos todavía intercambio casetes y yo les mando mis cosas y ellos me mandan las suyas. Manchas y Ruido es mi fanzine de difusión de música subterránea y arte marginal. Lo empecé en el 2008 como un boletín inspirado por el Boletín de Alta Intensidad que hacía Teodoro Hernández, antiguamente conocido como “Elreydespaña”, un grandioso artista y dibujante de cómics. Él hacía un fanzine en el que hablaba de sus gustos y lo regalaba en conciertos. Me inspiró mucho. Siempre me han inspirado mucho las cosas que hacía Teodoro.
Entonces hice un boletín que se llamaba Manchas y Ruido. En una cara hacía una especie de reseñas discográficas, y en la otra cara fanzines y gráfica marginal. Ahora mismo se ha convertido en un fanzine al uso, donde hay entrevistas y hay artículos. Básicamente, me divierto mucho haciéndolo. Me ayuda a ordenar mis pensamientos muchas veces sobre temas que me interesan mucho y me ayuda también a investigar sobre cosas que me apasionan, conocer a gente y contactar con gente. Me parece increíble que una persona como William Parker o Reed Boucher, uno de los mejores artistas del siglo XX, se digne a contestar a unas preguntitas para un fanzine de un tipo de Madrid. Pero bueno, es la magia de estas historias ¡está guay!
El fanzine es un medio de difusión rápido y barato. Es la voz de la gente que hace arte al margen de industrias y sistemas —de escenas, incluso—. Para mí, los fanzines más interesantes son los que expresan la obsesión y la pasión de una persona. O sea, a mí me interesan sobre todo los fanzines musicales, porque yo soy un yonqui musical. Los fanzines empezaron con la ciencia ficción, puede ser un medio de difusión de ciencia ficción a mediados del siglo pasado, y luego empezaron los fanzines musicales en los años 60, mimeografiados, etcétera. Me parece una manera de comunicarse maravillosa. Yo, mi fanzine lo haría aunque tuviera que hacer solo una copia para mí, porque soy un súper fan del papel y hacer un librito —entre comillas, un cuadernito—, pues solo con verlo me da mucha felicidad.
Parecía que en un momento los blogs de Internet iban a suplir los fanzines. Los fanzines siguen existiendo porque nada puede competir con la vibración que tiene el papel ¿no? Yo creo. O sea, yo no tengo ningún interés en la posteridad. Me parece bien que en algún momento todo se acabe. Me libera también ese pensamiento. Que las cosas sean efímeras me parece bien, las mías, igual otras cosas creo que tienen que estar para siempre. Las mías están bien que se acaben en algún momento. O sea, la música de John Coltrane tiene que ser eterna, eso es un legado humano que no puede desaparecer —por poner un ejemplo—. Pero me parece bien que sea algo efímero.
Para mí, el arte no es algo esencialmente divertido, pero los fanzines sí. La música no es que sea aburrido ni que sea un sufrimiento, pero no es algo que lo que haga por diversión, pero los fanzines sí. Los fanzines me parecen algo muy divertido de hacer, y mi único objetivo es verlo materializado, pero sin ningún intento de que eso lo lean un millón de personas, ni de que eso exista para siempre. De hecho, mis fanzines se suelen agotar y no los suelo reimprimir. Si hay artículos y entrevistas muy interesantes, que hay gente que me ha contestado y que creo que merecen una segunda revisión, las cuelgo en mi blog, pero mis textos propios está bien que desaparezcan ¿no?
El arte marginal se ha llamado de muchas maneras. Yo llamo al arte marginal, al arte que está fuera del mundo del arte, —por decirlo así—, o sea, fuera del mercado, fuera del arte establecido, que no tiene ningún interés más que el mero hecho de hacerse. Es el arte que realmente me interesa: el arte punk, los cómics, el cómic subterráneo, el mal llamado —en mi opinión— arte bruto. Gente como Wölfli, Madge Gill, gente que hacía arte sin pensar en que nadie fuera a ver ese arte. Eso me parece fascinante, por el mero hecho de hacerlo. Es un arte que me parece que tiene una potencia y una pureza —aunque no me gusta mucho usar esa palabra, pero creo que en este caso viene al caso— que no puede competir con el arte que se ve en la mayoría de los museos —por decirlo así—, sin quitar valor a las grandes obras de arte de la humanidad. Me interesa ese arte.
Y luego me gusta mucho que ese arte no tenga discurso verbal o conceptual, porque yo no soy muy amigo de las palabras, aunque haga un fanzine escrito. Intento escribir de una manera muy simple, muy sencilla —más bien— y sin mucho concepto. Y entonces, me interesa mucho ese arte que no tiene explicación más que el propio hecho de la propia obra, por ejemplo, gente como Nick Blinko o gente como Henry Darger.
Nick Blinko es uno de mis artistas favoritos y es un personaje muy célebre dentro del mundo de la música hardcore punk, porque fue el guitarrista y cantante del grupo Rudimentary Peni, que todavía sigue en activo de alguna manera. Fue un grupo nacido de la explosión del narco punk inglés, pero era un grupo completamente extraño y alienígena, y que no tenía nada que ver, en mi opinión, con el resto de los grupos que había en esa escena como Kvrass o como Conflict, etcétera. Era un grupo en el que las letras hablaban de temas que al principio eran políticos, como todos esos grupos, y luego, de repente, hablaban de temas muy distintos, de cosas absolutamente indescriptibles.
Nick Blinko es un artista marginal y la leyenda —porque es un personaje bastante esquivo, tiene problemas de salud mental, intenté entrevistarle hace unos años y fue imposible—, lo que se dice es que él solo puede dibujar cuando no toma medicación. Eso era como una parte de su leyenda. No sé si es cierta del todo. Sus dibujos son súper intrincados, puro horror vacui. Son imágenes muy potentes, visiones casi psicodélicas, de pesadilla. Están teñidas de temas religiosos, de monstruos y de un montón de imaginería indescriptible. Creo que el arte marginal es un arte obsesivo, por definición. Yo soy una persona con tendencias obsesivas también. Entonces imagino que también hay una identificación con este tipo de arte, aparte del placer de contemplar estas obras tan alucinantes.
La música libre y el arte libre, en general, yo creo, es más lógico llamarlo, pues como hemos hablado a veces, el concepto en el arte no me interesa mucho. Yo soy un omnívoro musical. Entonces, me he interesado por muchísimos tipos de música y me sigo interesando, aunque mi música favorita es el rock and roll, el punk, etcétera. Me interesa John Cage y todas esas ideas. Parecía una música y unas ideas muy interesantes, pero, en mi opinión, la música no me llegaba de la misma forma que me llega, por ejemplo, una canción de los Sex Pistols.
Ahora mismo estoy en un punto en el que he vendido muchos de mis discos de música experimental y contemporánea. Muchos no me interesan lo más mínimo. No quiero quitarle valor a eso, pero quizá no sea para mí, no conecto con ello. Y, por otra parte, pienso que a veces se le da un valor a esa música por encima de otras, que creo que no es justo ni es cierto.
Es decir, John Coltrane todavía hay gente que lo define como un saxofonista. ¿Qué es eso? ¿Cómo que un saxofonista? ¿Cómo puede ser John Coltrane un simple saxofonista?, o Anthony Braxton, o Cecil Taylor un simple pianista. O sea, creo que ahí hay cierto racismo y hay un dominio del arte hegemónico musical sonoro, blanco, por encima de otras músicas que se han considerado menores.
Yo estoy siempre a favor de las músicas menores. El jazz, por supuesto, no es una música así. En mi opinión es la gran música del siglo XX. O sea, no se puede catalogar de ninguna de las maneras como una música menor. Me interesa muchísimo porque, aparte de que me parece una música absolutamente fascinante, me gustan mucho las personas que la hacen —hablo del jazz afroestadounidense, principalmente, que es el que más me interesa—. Todo lo que he leído sobre esas personas es que me encanta su visión, me encanta su música, me encanta su disciplina férrea con sus instrumentos y sus ideas sonoras. Parece una música que no tiene parangón.
O sea, Cecil Taylor para mí está a la altura de Bach, o Coltrane, que es un milagro, o sea, uno de los motivos para estar vivo creo que es escuchar a John Coltrane ¡cómo no! Todo lo que he leído de él me interesa, era un pavo que no era muy fan de las palabras, se expresaba simplemente con su maravillosa música. Claro, con esa música qué palabras vas a necesitar. Esa música lo dice absolutamente todo, y eso me gusta mucho. Los discos de Coltrane no necesitan de cincuenta páginas de conceptualización, me aparece un arte muchísimo más poderoso que, por ejemplo, el arte de John Cage. Sé que es absurdo tener que comparar estas cosas, pero bueno, en mi mente ahora mismo estos conceptos están funcionando.
Por ejemplo, mira, te traje hoy un Manchas y Ruido en el que sale una entrevista que hice con William Parker y dice una cosa, mientras, si me dejas, la puedo leer porque esto me encantó. O sea, William Parker es uno de mis músicos favoritos, es un compositor, contrabajista estadounidense, mágico, es una de las grandes figuras de la música clásica afroamericana.
Entonces, él está haciendo unos libros que se llaman Conversations, que son, en mi opinión, los mejores libros sobre esta música. Cualquier interesado o interesada en esa música creo que merece la pena si sabe inglés. Son entrevistas a toda la gente que él ha conocido y que conoce del mundo de la música creativa. Le pregunto por estos libros y entonces él me dice: “Estoy totalmente en desacuerdo con la mayoría de los periodistas de jazz. No están contando la historia correctamente, tienden a equivocarse”. Él no lo dice, pero, claramente, la mayoría de los periodistas que hablan de jazz son blancos. Dice: “la única forma de asegurar la historia es que los músicos controlen la narrativa”. Ese es el motivo de sus libros y se nota muchísimo.
Entonces, la mayoría de los libros que he leído, —ahora ya no, porque no compro libros, ya no pico el anzuelo—, los libros que leí cuando era más joven de esta música, las pocas cosas que leía sobre jazz, creo que no estaban entendiendo nada, desde mi humilde opinión.
Yo tengo muchos discos de jazz, porque me gusta mucho la música, no he pagado fortunas por esos discos. Soy un yonqui musical —como he dicho antes— y me paso el día buscando discos, todo el día, o sea: tienditas, Internet... Todos los recovecos en los que puedo encontrar discos estoy metido en ellos. Mis discos de jazz más preciados son los discos de John Coltrane, por supuesto.
Tengo muchísimos discos —muchísimos—, tengo una colección... Todos los discos que tengo de jazz me encantan, son preciosos. Tendré sesenta discos de John Coltrane o cincuenta discos de Cecil Taylor.
Sé que es una locura, pero es que eso son discografías gigantescas, muchos discos en directo... Es gente que hacía composición instantánea. Bueno, pues entonces todos esos discos son muy interesantes. Yo no soy rico, trabajo de maestro, tengo un sueldo que me da para vivir, pero yo no puedo, como dice mi amigo Héctor Melchor, dibujante y cantante del Grupo Sudor y Miau, tiene una frase que me encanta: “que yo no soy coleccionista porque no puedo, porque no tengo dinero, pero si no, por supuesto que lo sería”, y estoy completamente de acuerdo. Yo no tengo dinero para ser coleccionista, pero creo que hay un toque coleccionista en lo que yo hago. Yo me gasto todo el dinero que puedo en discos, en libros, en fanzines, en cómics.
O sea, yo tengo una colección porque he atesorado muchos discos, pero no soy un coleccionista, no soy un completista, es decir, con algunas cosas sí, con los Beatles, por ejemplo. Bueno, sí, soy un completista, pero, en general, si me gusta algo lo quiero tener. No necesito tenerlo todo, todo, todo, todo. Lo que creo es que los coleccionistas tienen ese toque. Los coleccionistas también son gente que se gasta muchísimo dinero en discos que valen auténticas fortunas. Yo no puedo hacer eso. Quizás me estoy resistiendo a llamarme a mí mismo coleccionista.
Yo no puedo tener una nave, aunque tengo mi casa absolutamente repleta de discos y cómics. No sé si conoces al saxofonista Mats Gustafsson. Este hombre es un tipo muy divertido visto desde redes sociales e Internet. Él tiene una página que se llama Discaholics y, entonces, ahí hace entrevistas a coleccionistas como Thurston Moore o Byron Coley, grandes coleccionistas de discos que tienen esos sótanos llenos y llenos de discos, discos que valen miles de dólares. Eso es lo que yo creo que son coleccionistas. Yo no estoy ahí, ni de broma, no puedo, tampoco puedo estarlo: yo no soy rico.
En mi casa yo no meto nada que no considere una obra de arte. Funciono de una manera muy obsesiva. Ahora mismo estoy metido, por ejemplo, en revisar toda la discografía de Josh Clinton, Funkadelic, Bernie Worrell, de los que tengo también decenas de discos. Me pasó el día leyendo sobre ellos, escuchando todos los discos, estudiando esos discos, buscando algunos discos que me faltan de la colección, de su discografía. Es algo muy obsesivo de verdad, muy divertido también.
A tope de pasión es una breve serie de entrevistas a personas movidas por una curiosidad insaciable y que dedican su tiempo a actividades creativas y críticas porque quieren, porque se han empeñado en ello, y no porque pueden. Estas entrevistas son una llamada de atención acerca de cómo los comportamientos artísticos no tienen —o al menos no deberían tener— que ver con los privilegios. Para esto, en estas cuatro cápsulas se puede escuchar la pasión que mueve a estas personas a dedicarse a las labores artísticas, pese a que las condiciones sociales y económicas no se lo han ido poniendo nada fácil.
En el tercer episodio, Atomizador.
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- Fecha:
- 24/07/2024
- Realización:
- José Luis Espejo
- Agradecimientos:
David Gómez y Atomizador
- Licencia:
- Creative Commons by-nc-sa 4.0
Citas
- Atomizador. "A1" en ...y qué es exactamente un sueño…. Afeite al perro (2000)