A tope de pasión
Gerardo Díaz
Transcripción
A tope de pasión es una breve serie de entrevistas a personas movidas por una curiosidad insaciable. Me he centrado en personas que dedican su tiempo a actividades creativas y críticas porque quieren, porque se han empeñado en ello, y no porque pueden. Esta serie de entrevistas es una última llamada de atención sobre cómo los comportamientos artísticos no tienen, o al menos no deberían tener que ver con los privilegios. Para esto, en estos cuatro podcasts, conscientemente biográficos, se puede escuchar no sólo la pasión que mueve a estas personas para dedicarse a actividades artísticas, sino también las condiciones sociales y económicas que no se lo han puesto fácil. En el primer episodio, Gerardo Díaz.
Me llamo Gerardo Díaz, soy de Chile. Vivo en España desde hace veintinueve años.
Esto que se dice que la gente sale por necesidad. Yo sí, es verdad. Se sale por necesidad. En mi caso lo fue en parte porque en la época de que yo vivía en Chile estaba muy reprimido. Estaba todo muy mal en mi juventud. Yo salí con veinte años y tuve la oportunidad de ir a Venezuela con mi padre.
Mi padre, que era chileno como yo, tuvo que emigrar a Venezuela por las dificultades que había en Chile. Yo, al tiempo, cuando ya crecí, cuando empecé a aprender mi oficio —mi primer oficio de peluquero— le pedí a mi padre que si me podía ir a vivir con él.
En Chile, en la época del golpe militar yo tenía casi doce años, y fue muy duro. Entonces pasamos una época. Yo me fui luego. El golpe de Estado fue en el año 73, y yo viví en Chile hasta el año 82 —hasta el principio del 82—. Fue una época difícil porque fue toda mi juventud, mi adolescencia. También logré formarme como peluquero y eso me ayudó mucho. Ya empecé a trabajar con dieciocho años.
Fue una época en Chile un poquito triste —la verdad—. Estábamos reprimidos. No había libertad para expresarse y estábamos pobres. Para mí, la verdad, era un país triste en ese momento.
Yo siempre doy gracias a la juventud. La juventud es muy bonita. La juventud hace que veas la vida de otra forma. Entonces, eso a mí me ayudó, y no lo pasé tampoco tan mal. O sea, aquello fue muy bonito porque yo nunca había salido de Chile. Yo lo hice en autobús hasta Caracas, pasando por Perú, por Ecuador, por Colombia hasta llegar a Venezuela. Tardé dos semanas. Eso fue durante el año 82. Yo estuve del 82 hasta el 85. Para mí fueron años muy bonitos. Me lo pasé estupendamente en Venezuela.
Ahí, en Venezuela, fue donde conocí gente del arte, o sea, gente que no tiene nada que ver con mi formación —la primera que tengo—. Esa gente fue la que me abrió los ojos; los amigos de esa época y la novia que me hice en esa época, que fue también una relación muy bonita y también un cambio de vida muy brusco —diría yo—.
De ahí a Suecia. Ella tenía un trabajo muy bueno y nos fuimos a vivir a Suecia. Ahí comenzó otra etapa. O sea, pasé del Caribe —como quien diría— al Polo Norte. Pasé de la salsa y del merengue a algo mucho más serio.
En Suecia sí. Es una Escuela de Arte y Oficios que es solo un año. También siguiendo el mismo camino del trabajo en madera. Eso también fue muy interesante porque los suecos tienden a eliminar, a quitar elementos. Eso estuvo muy bien porque te hace ver las figuras, los volúmenes, las formas de una forma más simple, pero al mismo tiempo también con un sentido. Que tenga algo que no sea solo una tabla recta, sino que ya tiene algo más. Tiene un estudio antes de eso.
Ahí, además, trabajé ya con maderas blancas. Entonces ahí ya los encolados, los ensamblajes que se hacen, las colas de milano…; todas esas cosas fueron muy interesantes de aprender. El conocimiento de cómo van las vetas, cómo se pegan o se quitan elementos y se vuelven a encolar, se vuelven a reconstruir.
En Suecia llegué a vivir unos siete —casi ocho— años, pero nunca seguidos, porque fue una época muy bonita de mi vida que viajé mucho. Entonces, lo que más llegué a vivir, posiblemente, fueron dos años y medio. Siempre eran intervalos. Me iba un año fuera, luego regresaba. Me estaba otro año más, o seis meses, y después volvía salir.
A Maputo, a la capital de Mozambique, el viaje fue en el 88. Ahí estuve un año y medio prácticamente. En esa época Mozambique estaba en guerra. Tuve la suerte de conocer a esta etnia de los makondes en ese mismo año 88. Todo sucedió muy al principio de llegar allí.
Ellos son agricultores, principalmente, y los tiempos que les quedan libres se dedican a la escultura. La cultura de los makondes es muy particular. Son guerreros principalmente. Ellos todavía —los mayores—, en esa época, con las caras tatuadas, pero tatuadas de esos tatuajes que llevan relieve. No es tinta, sino que es a base de corte. También llevan los dientes afilados, los llevan como una sierra, pero eso es lo más mayores. En los tiempos modernos ya se prohibió ese tipo de prácticas. Ya es como una cosa de la antigüedad, pero muy peculiar. Es una gente con mucho carácter. Me parece que fueron de los últimos que fueron conquistados por los portugueses. Son los que más aguantaron. O sea, es una cultura muy guerrera.
Iba yo paseando por la ciudad, recién llegado prácticamente, y paso por enfrente de una casa. Había una verja y miró hacia el patio de esa casa y vi un grupo de gente que estaba dando como golpes a algo oscuro. Me quedé mirando. Estaban a una distancia de treinta o treintaicinco metros de distancia y busqué la puerta de esa casa. Una casa muy peculiar que era como una casa cultural. Me acerqué a ellos y me sorprendí muchísimo verlos tallar, porque era un grupo de unas siete u ocho personas. A partir de ahí empecé a visitarlos y me hice amiguete, sobre todo, de dos de ellos.
Las herramientas que ellos utilizan son principalmente los formones, alguna gubia, alguna azuela, algún serruchito y cuchillos para raspar. Todo se hace a base de dar golpecitos porque ellos tienen la costumbre de tallar en ébano, una madera muy dura. Normalmente están en el suelo. Ellos ponen un saco en el suelo y se sientan allí debajo de la sombra de un árbol y van tallando, van sacando sus esculturas. Todo eso a base de golpecitos. Empiezan a desbastar con la suela y luego poquito a poco dan con formones, desde los más grandes a los más pequeñitos, hasta que van consiguiendo la talla.
Ellos empezaron a desarrollar un tipo de esculturas un poquito picassianas —podrían ser—. Yo digo que es más bien una forma picassiana de hacerlo, pero yo no creo que ellos hayan visto obras de Picasso. Las hacen muy interesantes porque tienen mucha imaginación al mismo tiempo que tienen un sentido de los volúmenes muy bonito, muy grande, muy potente. Además de que trabajan en directo. O sea, ellos cogen un tronco, y no es que estén dibujando o estén midiendo. No, ellos ya lo tienen dentro de su cabeza y lo sacan. Ellos ya ven lo que van a hacer y al mismo tiempo van improvisando.
Con ellos, realmente, estuve un año porque se interrumpió en un momento dado. También tenían ellos que regresar al lugar donde ellos viven, que es al norte de Mozambique, que está casi en la frontera con Tanzania.
Me enseñaron desde la base. Me enseñaron a hacer un busto. Ellos me hacían la mitad. O sea, me iban poquito a poco, la mitad de una de la cara, por ejemplo. Ellos hacían una parte y yo tenía que copiar esa parte. Un proceso bastante laborioso.
El ébano es durísimo. Tiene mucha beta. Es una madera que es muy resistente. Tienes que saber afilar muy bien tu herramienta. Yo la sigo trabajando como ellos. O sea, yo no utilizo herramientas como por ejemplo una radial o un taladro o una fresadora. No, es todo como me enseñaron ellos, con formones y con gubias, martillito y la suela, y a veces un poquito de serrucho donde se necesita. Pero es un trabajo muy artesanal, muy manual.
Luego regresé a Suecia porque dije: “bueno, pues mis planes van a ser otros”. Yo voy a volver a mi tierra al final, a Chile. Entonces me organicé un poquito para regresar a Suecia, hacer un plan y juntar dinero y poder irme a Chile con un poquito de capital para poder instalarme allí y poner mi residencia en Chile. Pero me quedé enganchado a España. Al final, sacaba cuentas y no me salían. Hacer un sacrificio tan grande de estar tantos años en Suecia…, porque yo veía que me tenía que quedar por lo menos siete, ocho o diez años, pero no me salían las cuentas. Y dije: “es demasiado sacrificio, me voy a España de vuelta y punto; y ¡aquí estoy!
Yo llego aquí y vuelvo a la Escuela de Artes y Oficios. Después, pasó ese año y no terminé la Escuela de Arte porque había que hacer un proyecto. Era más largo todo el curso.
Entonces dije: “yo no puedo seguir en esta situación, yo tengo que ganar dinero, tengo que ganarme la vida”. Tengo que volver a mi oficio para para ganarme la vida, porque aquí hay que ganarse la vida, hay que salir adelante. Busqué un trabajo y trabajé en un Hipercor que hay en Pozuelo. Trabajé en la peluquería de ese Hipercor —muy grande—. Ahí estuve dos años y decidí venirme aquí al centro de Madrid, abrir esta pequeña peluquería y trabajar solo; cosa que no había hecho nunca: trabajar solo. Eso fue en el año en septiembre de 1999 y desde esa época estoy aquí. Está siendo una experiencia muy buena también.
Al trabajar solo se conoce mejor a tu clientela, hablas más con la gente, tienes más intimidad, y eso también me ha hecho aprender muchas cositas, porque la gente se abre. La gente aquí es abierta. A la gente le gusta conversar, le gusta expresarse. Hay gente que viene de todas las profesiones. Entonces, aprendes de todos. De todas las personas aprendes algo; de otros no, desgraciadamente, de algunos no. Pero también se aprende de lo malo.
La peluquería es un trabajo que yo lo considero artesanal. Para mí es artesanía también. Yo me considero un peluquero de barrio. Yo no soy un peluquero de estos fashion de última moda. Yo soy un peluquero de barrio tradicional. Se trata de que cada persona que viene te pide algo. Te pide un corte de pelo o un peinado o te pregunta ¿qué me iría bien? Tú le aconsejas y le dices: “oye, mira, te iría mejor esto o lo otro”; sí no, está todo ceñido a la moda. La moda te marca mucho. O sea, la moda manda mucho, pero hay personas que no les interesa mucho la moda, sino que le interesa algo que les quede bien a ellos, como que es parte de su personalidad. Ahí tú moldeas con el pelo, con los volúmenes, le haces una forma que le quede bonito a él, según lo que él te pida, según como sea esa persona.
El trabajo yo lo veo totalmente artesanal, es lo mismo. Yo trabajo mucho con las tijeras —tijeras y un peine— es mi herramienta principal. La máquina que se utiliza —la maquinilla—, yo la uso solamente cuando es necesario.
Prácticamente, lo mío es tijera y el peine, y un poquito de navaja. A través de eso tú vas haciendo formas también, la forma que tenemos cada uno. Cada uno tiene una forma de cráneo, tiene unos ojos, unas orejas…, —tiene lo que tenemos todos—. Eso determina mucho cómo va a ser tu forma también de la parte del pelo y de tu personalidad. Es muy importante porque el pelo es que lo tenemos, es la parte que más se nos ve, no son los zapatos, no es una hebilla de un cinturón; lo tienes directamente. Lo primero que ves de las personas es su cara, y arriba está ese complemento que es el pelo.
Tampoco es que yo tenga tanta cosa. Yo tengo mi familia aquí, que formamos con mi mujer y mis dos hijos. Intento llevarlo lo mejor posible, que en una tarea muy difícil y que yo lo complemento con lo que venimos hablando: con la cultura.
A mí lo que me gusta es la cultura. A mí me gusta el arte, sobre todo el arte, y de lo que más me gusta es la música. Para mí, todo eso es alimento; es alimento diario. Todo está relacionado, los amigos también. Tengo todo tipo de amigos, pero siempre dándole esa perspectiva de que llegue a buen puerto, que es la cultura —como quien diría—. Siempre tiene que haber un poquito de eso.
En esa escuela que te digo que estuve yo en Suecia, hicimos una visita de estudio a una fábrica de muebles muy conocida, de mucho prestigio en Suecia. Ahí se practica mucho el diseño escandinavo. Tiene su trayectoria. Ellos se han ido adaptando a los tiempos. En ese lugar también tenían formación, había gente que se formaba para eso, aparte de la fábrica. Entonces, tenían una sección en la que enseñaban a hacer guitarras. Cuando entramos en esa sala —en esa clase— me gustó muchísimo, me quedé inmediatamente prendado de la guitarra. Entonces dije: ¡joder! ¡cómo me gustaría meterme aquí! Pero, claro, es tiempo. No sé si eran dos, tres o cuatro años que requiere la formación para lo de los instrumentos. Eso pasó, pero se me quedó en la mente.
Hace unos diez años, más o menos, aquí, curioseando por el mundo por Madrid —como siempre— me encontré con un anuncio de un lugar donde enseñaban a hacer guitarras y me acerqué hasta allí. Vi el tallercito que tenían montado y al maestro que enseñaba, y dije: “esta es la mía”, y me inscribí directamente. Me inscribí y empecé a formarme para hacer guitarras.
Ahí estuve un año y medio, con un maestro muy bueno, un señor que viene de la Casa Ramírez. Él se formó en la Casa Ramírez y se llamaba Arturo Sansano. La casa Ramírez es una casa que lleva más de cien años haciendo guitarras. Va de degeneración en generación y todavía se mantiene. Ahí se formaron muchos de los maestros guitarreros que han existido, por lo menos en la zona de Madrid.
Este maestro se formó a partir de los trece años. Comenzó a trabajar allí a como aprendiz y luego se hizo maestro. Al jubilarse él empieza ya a enseñar. Tuve la suerte de coincidir en ese momento en el que él todavía enseñaba. De ahí mi amor a las guitarras, ver a este maestro trabajar y sus enseñanzas. A partir de ahí me enganché, y el tiempo libre que tengo lo dedico prácticamente a las guitarras.
La misma palabra lo dice: la de la construcción de la guitarra. Tú haces una construcción a base de tablitas de varios tipos de dimensiones, de tablas finitas, que te vienen de un grosor, a lo mejor, una tapa armónica o el fondo de la guitarra, que es la parte de atrás de la guitarra. Te vienen con un grosor de cuatro o cinco milímetros y tú tienes que rebajarla casi a la mitad. Todo es un trabajo muy fino, donde tienes que quitar muy poquita madera. Tienes que ser muy fino.
Yo, de momento, utilizo muy poca maquinaria. Utilizo un taladro y una fresadora, pero muy poquito, para dos detallitos que hay que hacerle a la guitarra y el resto todo lo hago manualmente con serruchos, con cepillo de carpintero, con lima, con escofinas, con formones, con cuchillas, con diversas herramientas todas manuales.
La diferencia entre tallar una madera es que tú quitas. Normalmente se desbasta mucho. Se quita mucha madera, mientras que en la construcción quitas poquita madera —muy poquita— para dejarla en su justa medida. Después es ir ensamblando e ir creando una forma. La forma ya se sabe que son los estándares, son medidas muy precisas y que tampoco te puedes pasar.
Se trata de conseguir un mueble, pero es un mueble que suena, que tiene un sonido. Entonces, para conseguir este sonido tú tienes que ir ajustando los calibres de la madera, los ángulos que tiene cada pieza. Al ensamblar cada pieza tienen ángulos distintos. No son todos ángulos rectos. De vez en cuando tienes un ángulo que tienes que ajustar una pieza con otra que tiene un ángulo de dieciséis grados. Otros tienen algo setenta grados de ángulo en alguna parte, donde se juntan las maderas. O sea, que varía mucho. Son más bien medidas estándares pero que tienen cierta flexibilidad a la hora de dar cierta forma a la caja de la guitarra, sobre todo en la caja, que son mínimas, son muy ínfimas.
Tú tienes que tener mucha sensibilidad. Tienes instrumentos para medir, también. Hay medidas que te dan ciertas respuestas, pero también después hay una parte de sensibilidad, donde tú tienes que ir como acariciando prácticamente el instrumento. Las maderas las vas moldeando de alguna forma. Entonces cada artesano tiene su forma de hacerlo, y la acústica se va aprendiendo. Vas agregando madera o quitando madera en ciertas zonas para —como quien dice— ecualizar la guitarra, sobre todo lo que se llama la tapa armónica, que es la parte frontal, la parte que lleva el agujero, donde va la roseta, ese dibujo tan bonito que tiene la guitarra. Tú quieres sacar ahí un sonido, siempre estás con la lucha de sacar ese sonido que no es matemático porque las maderas reaccionan distintas.
Hablando de la madera de la tapa armónica, principalmente se están usando dos, la más tradicional es de pino abeto, es un pino abeto que viene de los Alpes. Fue justamente Ramírez —este fue un señor que experimentó mucho—, y una vez él, casi por casualidad, descubre una madera que viene del Canadá, que se llama cedro rojo del Canadá. Es una especie de pino también. Esa madera es la que más se está usando para hacer guitarras, y una de las razones creo yo es, porque, aparte de ser un poquito más económica que el pino abeto de los Alpes y pino abeto alemán, con este cedro rojo del Canadá, el sonido que va a tener la guitarra lo coge casi muy rápidamente. En poco tiempo esa guitarra ha acogido su sonido, su carácter, se va desarrollando un poquito más, pero rápidamente te demuestra como va a ser, mientras que la de pino abeto, la más tradicional, es una madera un poquito más cara, es una madera muy bonita también, y para que ese instrumento le dé al músico su respuesta tiene que trabajarla mucho, o sea, tiene que tocarla mucho y durante cuanto más tiempo la toque, mejor. El mismo guitarrista la va a ir sacando su propio sonido. Es menos popular, como se diría, para gente que toca menos guitarra.
El pino abeto es un poco más exclusivo y trabajoso. Tienes que hacer madurar el sonido. El sonido se hace tocando la guitarra y durante tiempo.
Las estaciones, para mí, aquí en Madrid, también son muy importantes, las estaciones climatológicas, las estaciones del año entonces. En invierno, si llueve mucho, la madera —la guitarra— te absorbe humedad, luego en verano la va expulsando. La madera va envejeciendo, se va haciendo, sus fibras van madurando —como quien diría de alguna forma—, se va cristalizando todo lo que lleva en su interior, y eso es lo que le da esa madurez. También se tiene que tocar, tiene que criarla —como quien diría—.
Siempre se busca que la madera sea lo más antigua posible. Sobre todo, los luthieres que han heredado madera de sus antepasados o de sus padres, de talleres antiguos; esa madera es muy valiosa porque la madera ya está curada, tiene menos movimiento. La madera está ya como que se ha estabilizado, ha pasado muchas estaciones, muchos años; está madura —como quien diría—. Es lo que se busca, es tener madera de ese tipo…
A tope de pasión es una breve serie de entrevistas a personas movidas por una curiosidad insaciable y que dedican su tiempo a actividades creativas y críticas porque quieren, porque se han empeñado en ello, y no porque pueden. Estas entrevistas son una llamada de atención acerca de cómo los comportamientos artísticos no tienen —o al menos no deberían tener— que ver con los privilegios. Para esto, en estas cuatro cápsulas se puede escuchar la pasión que mueve a estas personas a dedicarse a las labores artísticas, pese a que las condiciones sociales y económicas no se lo han ido poniendo nada fácil.
En este primer episodio, Gerardo Díaz.

Gerardo Díaz con una de sus guitarras. Fotografía: José Luis Espejo
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- Fecha:
- 10/07/2024
- Realización:
- José Luis Espejo
- Agradecimientos:
David Gómez y Gerardo Díaz
- Licencia:
- Creative Commons by-nc-sa 4.0
Citas
- Los Prisioneros. "El baile de los que sobran" en Pateando piedras. EMI-Pop5 (1986)