Sobre la atención
Una conversación con Amador Fernández-Savater
Transcripción
Sobre la atención
Una conversación con Amador Fernández-Savater
Me llamo Amador Fernández Savater. En el 2017/2018 coordiné con un amigo que es artista y comisario de arte, que se llama Oier Etxeberria, un seminario que se extendió a lo largo de un año entero sobre el problema de la atención. Tuvo diez o doce conferenciantes, un grupo de trabajo, lecturas… En fin, fue muy rico y muy fecundo.
Ese seminario luego ha tenido como dos retoños. Por un lado, se cristalizó primero en un taller de lecturas de textos y materiales que salieron de ese seminario en Tabakalera y de aquí en el Museo Reina Sofía, que duró también un par de meses. Leímos textos de Santiago Alba Rico, de Simone Weil, de Yves Citton… Textos de diversas personas que habían contribuido a esa reflexión colectiva sobre la atención.
Luego, finalmente, todos los materiales de ese seminario, que al mismo tiempo eran muchos de los que leímos aquí en el Reina Sofía, se han recogido en un libro que acaba de aparecer, que se llama El eclipse de la atención, que ha sido publicado por la editorial NED Ediciones.
A Oier y a mí nos parecía que era un tema, por un lado, que íbamos a tener como una especie de respuesta inmediata, porque nos daba la impresión —que luego se corroboró— de que se sentía mayoritariamente como un problema propio. Algo que nos pasa, que tiene que ver con las tecnologías, con la capacidad de concentración disminuida, con la sensación de estar siempre como teniendo que atender a una multitud de estímulos que nos desbordan. Entonces, de alguna manera, que era un problema común.
También nos parecía que nos iba a ser posible, a través del tema de la atención, hablar de muchas cosas, porque el tema de la atención está en un cruce muy complejo entre —por supuesto— las tecnologías, el móvil, pero también la economía, que hoy explota fundamentalmente la atención. Quiere captar todo el rato nuestra percepción, nuestra mirada, nuestro deseo… También tiene que ver con el mundo de la terapia. Hoy todo el mundo va a terapia para recuperar la capacidad de atención, de estar presente.
Luego nos parecía que podíamos tocar también temas como pensar en formas de recuperación de la atención a nivel individual y colectivo. Otras fórmulas de la terapia que nos parecían más interesantes que las que se suelen vender por ahí. Lo artístico como un campo de experimentación también en torno a la atención. Finalmente, la política también como un lugar donde podrían crearse, quizás, mejores condiciones de atención a este mundo en el que vivimos en común.
Entonces, por un lado, era un problema común y, por otro lado, nos iba a permitir hablar de muchas otras cosas. La atención era como una especie de mirador o de revelador de aquello de lo que está hecha nuestra sociedad.
Si digo que el seminario fue fecundo es porque yo creo que salimos de él con ideas distintas a las que llegábamos, que es lo que pasa cuando uno piensa. Sales otro del que como cuando entraste.
Entonces, nuestro gran cliché, cuando empezamos a pensar en torno al tema, es que nuestro gran problema era la distracción: “qué distraídos estamos, estamos muy dispersos, no focalizamos”. Sin embargo, conforme fuimos leyendo, escuchando a gente, hablando entre nosotros, realmente lo que nos fuimos a dar cuenta es que, más que un problema de distracción, hay un problema de saturación de la atención, que tendría que ver con esta cuestión de la guionización de la atención.
La atención está hoy muy capturada por polos de emisión muy centralizados. De repente, el planeta entero está hablando de un único tema, como es una canción que ha hecho alguien para vengarse de su ex, etcétera. Toda la atención puesta ahí. Entonces esto nos pareció como un desplazamiento de las ideas recibidas sobre la atención muy interesante.
Y si pensamos que la atención, más que estar demasiado dispersa, ¡ojalá estuviera más dispersa! Ojalá hubiera múltiples polos de la atención. Ojalá cada uno lo pusiera en detalles que tienen que ver con su vida, en lo que a él le llama la atención precisamente, en recorridos propios… No, al revés, está muy guionizada.
Uno de los autores, Yves Citton, dice que está alineada, es decir, hay un alineamiento de la atención. Todas las atenciones vienen a converger —por ejemplo— en el valor de la búsqueda del beneficio.
En el campo de lo artístico también Andrea Soto reflexiona sobre cómo, en realidad, no hay tanto una inflación de imágenes como una inflación de estereotipos. Es decir, es la imagen repetitiva, la imagen cliché, es la imagen que no da nada para ver, nada para pensar. En realidad, en las redes, en los TikToks, en el mundo de la política… lo que hay es una obturación de la capacidad de ver, porque se repite la misma imagen una y otra vez. Ya sabemos lo que tenemos que ver. Ya sabemos quiénes tenemos que ser. Ya sabemos con quién tenemos que estar, por quién tomar partido.
A través de múltiples fenómenos: la economía de la atención que la capta, los guiones que la dan un canal, los clichés que la que la hechizan…, nos dimos cuenta de que la distracción podría ser una rebelión hoy de la atención. El que se distrae, no es porque no tenga atención puesta en nada, sino que no la tiene quizá en lo que los que capturan y venden la atención hoy día querrían que estuviera puesta. Ahí fue uno de los cambios de idea de nuestra primera llegada, a lo que luego fue el proceso de reflexión.
Otro de nuestros clichés a la hora de empezar a pensar fue que la atención es lectura. Atención es igual a lectura. Hoy cuesta más leer, por lo tanto: pérdida de la capacidad de atención. En el proceso de reflexión nos dimos cuenta de que era también un cliché. Es decir, que, en la lectura, un modo de la atención en el cual hacemos una especie de túnel, leemos un libro de principio a fin en un cierto silencio, en un cierto recogimiento. Todo son cuestiones superatractivas y que hacen de la lectura algo muy potente hoy. Pero, son en todo caso un modo de la atención. Un modo de la atención en el cual hacemos esa pérdida de mundo. Como decía Hannah Arent, leer consiste en estar un poco como muertos, cortar con el mundo circundante y entrar en la aventura que nos propone un libro. Ese es un modo de la atención que puede tener que ver con lo que llamamos concentración.
Atención no equivale a concentración. Cada situación requiere un modo de la atención, y en muchos de los casos en absoluto se da la concentración. En muchas situaciones, la concentración puede ser, precisamente, perder la atención. Por ejemplo, un psicoanalista no escucha exactamente concentrado. Ellos ejercitan un arte de la escucha que es un arte de la atención, que se llama atención flotante, precisamente. Es como alguien que está pescando. En este caso pescando en un flujo de palabras, y en determinado momento va a captar un lapsus, va a captar una repetición, va a captar una palabra que por algún motivo la va a agarrar con su caña y nos va a proponer para tirar de ese hilo. Pero, en principio, él no está concentrado, él está presente.
Lo que empezamos a pensar es que más que reducir atención a concentración, atención a lectura, que serían unos modos de concentración determinados, que están muy sobreenfatizados/privilegiados, por qué no pensar que la atención son maneras de estar presentes en una situación, y que cada situación requiere su manera de estar presente.
Podríamos decir que el paseante famoso de Walter Benjamin —el que deriva por una ciudad— su manera de estar atento es precisamente perderse. Es, precisamente, no estar concentrado para que algo, una imagen, un edificio pueda de repente llamarle la atención y pueda salirse de los caminos más prefijados.
En el mundo del arte se habla también de estar implicado en aquello que está ocurriendo, sintiendo las energías de la propia situación, pero no exactamente concentrado y menos aún concentrado en mí mismo, porque la atención es algo que pasa entre los que componen una situación. Entre el profesor y los chicos en un aula o entre el psicoanalista y el psicoanalizado o entre los que están en una asamblea política.
El segundo desplazamiento fue este, empezar a pensar que la atención, más que ser concentración tiene que ver con presencia, y que la presencia requiere múltiples modos de estar presente. Y, de la atención, que uno sólo es el de la atención lineal, el de la lectura o el de la concentración.
La idea más poderosa y un poco la guía de nuestras reflexiones es que, finalmente, te das cuenta de que hay alguien que ya pensó muchísimo en su día. Uno puede seguir sus pasos e intentar, en todo caso, hacerte cargo de eso y añadirle poquita cosa. En este caso es Simone Weil, la filósofa francesa, que hace de la atención casi el centro de su filosofía. Para ella, en sus momentos más místicos, la atención es una vía de conexión con Dios. En un texto maravilloso que recogemos en el libro habla de que la atención es lo único que debería enseñarse en la escuela. No tanto este o aquel contenido sino aprender a prestar atención. Ella lo que hace, precisamente, es separar la atención de concentración —atención de voluntad—.
Ella dice que no tiene nada que ver con un esfuerzo de voluntad, con una disciplina penosa, con hacer codos —como se dice cuando uno tiene que estudiar— sino con la capacidad de esperar. Entonces, de repente, la idea de atención como concentración, como focalizar, como ir a por un objetivo se desplaza completamente en esta idea de Simone Weil de la atención como una manera de la espera, que ya se ha convertido también en nuestra idea de la atención y con la que hemos ido jugando y la idea que nos ha parecido más potente.
Esa espera de Simone Weil, en primer lugar, tiene que ver con algo que me parece muy contemporáneo, que es aprender a vaciar. Ella dice que el mundo está lleno de cosas, lleno de clichés, lleno de guiones, lleno de relatos, lleno de hechizos, lleno de capturas de la atención, y primero hay que vaciar. Vaciar nuestra cabeza, vaciarnos de prisas, vaciarnos de intenciones, vaciarnos de prejuicios, y luego hacernos capaces de esperar. De esperar a que la situación pueda entregarnos algo que, en principio, no sabíamos que iba a pasar. Eso es la definición más evidente de lo que es un aprendizaje.
Un aprendizaje es internarte en un territorio desconocido para llegar a alcanzar algo que no sabías de antemano que ibas a alcanzar —de alguna manera abrirte—. Ella también utiliza estas palabras: apertura, disponibilidad. Es decir, es estar vacío para acoger algo desconocido en la situación. Esto es en una situación de aprendizaje, pero ella también lo lleva a la política. Para ella es el corazón del pensamiento, es ser capaz de esperar y, por tanto, también, quizá, de crear algo que no estaba ya contenido en la situación. Me parece que esta es una idea que, cien años más tarde, tiene más potencia incluso que en la época en la que la enunció Simone Weil. Cuando la saturación, el lleno es completo en nuestros días con el asedio permanente sobre nuestras cabezas por parte de todos estos dispositivos que quieren entrar en ellas y apoderarse de nuestra percepción.
Entonces, cómo vaciar y cómo hacernos capaces de esperar frente a esta necesidad que hay hoy de tener ya una idea clara, saber si soy de los nuestros, tomar partido por este o por aquel, saber perfectamente dónde posicionarme, que es un poco el mandato de las redes sociales.
Yo creo que ella, en su día, dijo: los partidos políticos son lo contrario de la atención porque no les interesa pensar algo desconocido, sino siempre tomar partido. Me parece que la misma reflexión la podemos hacer hoy sobre las redes sociales. Hay poca espera para intentar que madure algo en esa espera, algo desconocido. Hay más bien el mandato de tomar partido.
Espera es, quizá, la definición más poderosa de atención que podemos encontrar en este trabajo que hemos hecho y que lo hemos encontrado en Simone Weil.
También como dice otro de los autores del libro, Rafael Sánchez-Mateos Paniagua, cuyo texto estuvimos también leyendo en el taller de lectura que hicimos en el Reina, en una sola frase condensa algo que me parece muy importante. Él dice: “finalmente atendemos a lo que deseamos”. Esa ecuación entre deseo y atención me parece muy poderosa: “atendemos a lo que deseamos”. Por tanto, quizá, el problema no sea tanto la voluntad como la capacidad de activar el deseo.
El deseo tiene que ver también con uno mismo, que uno mismo nunca es exactamente solo uno mismo, sino que hay muchos yoes ahí.
Tendría que ver también con la capacidad de salir de todos esos lugares que ya te esperan, que te quieren colonizar la atención, quieren que hables de esto y no de aquello, que quieren que tomes partido por este y no por aquel, para ser capaz de poner atención también a tu propia trayectoria de aprendizaje. Eso sería activar tu propio deseo. Tu propio deseo que puede ir por un sitio o por otro, que puede salirse de los cursos más establecidos en la escuela para buscar otros lugares de aprendizaje. Pero, en todo caso, poner atención a los detalles a través de los cuales, para ti, se puede pensar el mundo y que componen un mundo. Y que no son los detalles que el mundo reducido de la coyuntura mediática propone para todos igual, sino que son detalles de tu mundo.
Me parece que esta cuestión del deseo frente a la obligación de la atención o frente a la atención como una disciplina de la voluntad, que hay que ejercitarla con más fuerza de voluntad. La capacidad de activar el deseo —porque atendemos lo que deseamos— es la capacidad de crearnos un mundo propio de atención. Un mundo propio de atención a los detalles, a las personas que nos rodean, a las situaciones en las que estamos involucrados, que no va a ser solamente nuestro mundo individual.
También está esta idea muy poderosa de otro de los autores de la atención como ecología, pero sí la posibilidad de salirnos de los guiones de la atención, activar el deseo, y ahí entonces la atención se dispondrá a donde nuestros radares de deseo lleven esa atención.
La conversación me parece que es un ejemplo de atención muy bonita porque requiere todo. Requiere la capacidad de esperar, la capacidad del gusto por estar con otros, la escucha de lo que otros tienen que aportar, la capacidad de proponer yo desde lo que el otro ha dicho, la capacidad de dar un buen pase en determinado momento, una pregunta para que el otro brille con un chiste, con una anécdota, con algo, la capacidad de estar un rato sin que pase nada para que en determinado momento pueda volver a pasar algo, y el placer de todo eso. La conversación es, quizá, el mejor ejemplo de esta atención como ecología. Como una ecología en la que hay no un solo polo emisor y otros que tienen que recibir esa información, sino un montón de polos que están en emisión y en recepción constante. De alguna manera unidos por un placer de estar juntos.
Me parece que hay un problema. Yo no tengo un gran conocimiento del sistema educativo de la escuela, pero sí que me acerco. Ahora estoy teniendo una experiencia con una escuela de bachillerato. Uno se da cuenta de que hay un gran peso, precisamente, de algo preestablecido que debe enseñarse, contenidos que los chicos deben saber, asignaturas que deben cursar y unos saberes acumulados que, de alguna manera, tienen que pasar del vaso lleno al vaso vacío, que son los chicos.
Entonces, eso hace muy difícil que un profe, en un aula, pueda derivar con un chico con su propio deseo de atención, con su manera propia de entender algo de la filosofía o de las matemáticas o de lo que sea, su manera propia de traducírselo a sí mismo, sus preguntas, sus dudas, su recorrido propio. Es decir, si hay un programa ya establecido con un tiempo equis, que además siempre es breve para la cantidad de cosas que deben procesarse, pues la capacidad de acompañamiento de los chicos me parece que se hace menor.
Entonces, la atención, de alguna manera, de nuevo, se reduce a cumplir ese programa que nos ha sido dictado. Mientras, otra atención requeriría una escuela diferente, que fuera una escuela en movimiento capaz de hacerse a los chicos y no los chicos a la escuela. Capaz de hacerse mutar con las propias trayectorias de aprendizaje —los propios deseos y atenciones— de los chicos y sus devenires. En lugar de intentar homogeneizar para reducir complejidad y que todo el mundo deba salir sabiendo lo mismo y verificándolo en un examen, pues otra concepción del aprendizaje requeriría otras condiciones para la atención, porque sería tener el tiempo, los recursos, el hábito de poder seguir cada deriva de aprendizaje para acompañarla en lo que puede un maestro tener tan potente de pensar la facultad de atención de cada chico; cada chico y cada chica comprendidos como cada uno una aventura propia del aprendizaje que puede llegar a muy distintos lugares y que siempre está en mutación.
Entonces, esto nos habla de un problema que finalmente es colectivo y político. La atención no es simplemente la atención que ponga el maestro con toda su buena fe y sus ganas de hacer bien su trabajo, sino si las condiciones hacen imposible esta otra atención, porque imponen una serie de objetivos, una serie de programas, una serie de asignaturas que hay que cumplir en tal tiempo, se hace imposible esta otra atención en la cual lo que afloraría serían caminos propios de aprendizaje con sus propias dudas, preguntas, potencias y capacidad de traducirse cada uno con su propio lenguaje a sí mismo lo que está aprendiendo.
Finalmente hay un problema de condiciones. Hay un problema político. No basta con que los profes cambien, sean mejores, tengan un método distinto, sino que hay condiciones desfavorables para la atención y son estas que están obturadas —como decía Simone Weil— de programas, asignaturas y obligaciones burocráticas previas.
Sobre la pregunta del cansancio, yo lo que me preguntaría es ¿por qué el cansancio no? Me parece que es una epidemia. Por lo menos en nuestras conversaciones aparece sin parar esta palabra del cansancio, del agotamiento, ¿de qué tipo de cansancio estamos hablando? ¿cuál es el tipo de cansancio que padecemos? Porque me parece que, en los trabajos de otras generaciones, en el campo, en la fábrica, el trabajo era fatigante sobre el cuerpo de manera evidente. Había un cansancio, que lo explica fenomenal también Simone Weil en sus cuadernos de fábrica. Cuando ella ingresa en una fábrica para experimentar en cuerpo propio qué es trabajar en la fábrica, y dice: aquí se acaba la atención y se acaba el ser humano porque es de alguna manera la anulación de la persona convertida en un apéndice de la de la máquina y en un cansancio brutal.
Ahí me parece claro que es la eliminación de la atención porque el cuerpo está rendido. Yo no sé si es ese nuestro cansancio actual. No tengo una respuesta clara. Me parece que el cansancio actual es un cansancio muchas veces mental. Es un cansancio que tendría que ver con este lleno, con esta saturación, esta carrera hacia objetivos que hay que cumplir, objetivos de mí mismo que me pongo con mis ideales del yo, a los que tengo que llegar. Por tanto, en una relación con el presente, no de paciente siembra, sino de forzatura. De forzatura permanente para que lo que es llegue a ser lo que debe ser. Lo que nos han dicho que debe ser, lo que nosotros mismos creemos que debe ser.
Me parece que ahí hay una situación de cansancio con respecto al mundo. Una situación que tiene que ver con nuestra manera de vivir, en el sentido de que estamos todo el rato intentando forzar la situación para que sea algo que no es. Para que llegue a cumplir un modelo que no está contenido en la propia situación, que viene como a priorim como mandato. Como mandato a priori. Entonces, me parece que es un cansancio de lo lleno, y que desde luego me parece que hace muy difícil esta otra atención. La otra atención es relajarse en un no saber, lo cual puede parecer muy difícil. A mí me parece muy difícil. Las pocas veces que lo logro experimentar positivamente, sin embargo, veo que hay una gran sabiduría ahí.
Yo doy talleres, por ejemplo, de pensamiento y muchas veces me impaciento. Muchas veces me impaciento con lo que ahí está pasando porque quiero que la cosa llegue a donde yo creo que debe llegar. Entonces empujo la situación, y ahí hay un cansancio en intentar que lo que es sea lo que debe ser según la imagen que yo previamente me he construido de lo que debe ser.
Cuando en mis pocos momentos de devenir un poco Simone Weil o de rendirme a que la situación no se deja dominar por mí y simplemente me dejo estar, me relajo... Hay un momento en el que algo de lo que pasa entrega una idea, una conexión de frases, una escucha, una potencia que yo no tenía prevista de antemano y que sin embargo se puede agarrar para seguir pensando. Es decir, que cuando soltamos esa cantidad de guiones, de clichés, de objetivos, de mandatos que saturan nuestra vida, no estamos perdidos. En la situación van a aparecer líneas, que, si estamos atentos, nos van a poder llevar a lugares que no teníamos previstos de antemano.
Entonces, me parece que el que el cansancio tiene que ver con el lleno. El otro cansancio que nos puede venir de estar en esa espera activa o de acompañar un proceso de pensamiento de alguien que de repente está pensando ahí, en situación, me parece en todo caso que será un cansancio más feliz que el que el actual, por tomar esa distinción que hace Peter Handke en su librito, entre dos cansancios. Un cansancio mortificador, que es el cansancio de nunca llegar a donde supuestamente tendríamos que llegar y nunca llegamos; y un cansancio feliz, que es el cansancio de haber exprimido una situación al máximo. Exprimir puede que sea demasiado equivalente a explotar. Pero haber aprovechado al máximo la fecundidad que nos entregaba una situación. Haber sido capaces de que esa espera regalara algo que no estaba previsto de antemano y que, sin embargo, irrumpió y de repente tenía una potencia imprevista. Puede que seguir eso, atender a eso nos produzca un cansancio, pero creo que será en todo caso un cansancio más feliz, de otra fecundidad. Una fecundidad contra la productividad —algo así—.
Ahora he leído un ensayito maravilloso —la verdad— que me ha dejado muy impactado de este escritor inglés, que a mí me encanta, de D. H. Lawrence el famoso autor de [El amante de] Lady Chatterley, que tiene de todo, porque es alguien que realmente escribió tantísimo que no puedes dar crédito. Tiene un ensayo sobre Cézanne. Él dice que toda la vida de Cézanne, como toda la vida de alguien que quiere realmente dar algo a ver o dar algo a pensar, en el caso de un pintor de dar algo a ver, a sentir, es en primer lugar una lucha contra los clichés. Entonces, él dice que toda la obra de Cézanne hay que entenderla como una lucha propia contra los clichés, contra la obligación de ver las cosas de una determinada manera. En determinado momento dice que cuando logra así conectar más bien con su deseo, no tanto con el mandato de ver las cosas de determinada manera, sino con su deseo, no tanto con la cantidad de clichés heredados que nos hacen que veamos de determinada manera esto o lo otro, "él logra atravesar la pantalla de los clichés con sus manzanas", dice D. H. Lawrence. Nos hace ver que aquello que supuestamente está estático, en realidad está en movimiento. Es como la intuición sensible de Cézanne con respecto a la materia. Está en permanente movimiento a una velocidad distinta a otras cosas que están en movimiento.
De alguna manera, ese ensayo leído un poco en paralelo a estas reflexiones sobre la atención, para mí, lo que venían a darme que pensar es hasta qué punto el campo de lo artístico es un campo de experimentación con respecto a la percepción y, por tanto, a la atención. Primero como destrucción del cliché, como interrupción. La necesidad que tenemos de interrumpir toda esa cantidad de guiones, relatos clichés que nos programan por completo y nos cansan y nos aturden y nos atontan y nos mortifican. La capacidad de interrumpir, yo creo que en el arte esto ha sido explorado muchísimo. La capacidad de interrumpir. La percepción, la capacidad de no dejarnos ver lo que nosotros querríamos encontrar. Interrumpir los modos programados, automatizados de ver y de sentir. Luego proponer algunas otras imágenes que sean capaces de hacernos pasar otras cosas, de hacernos capaces pasar, por ejemplo, esa intuición del dinamismo de la materia a una velocidad que no es la que acostumbramos a asignar a algo que está móvil. Me parece que en este ensayito de D. H. Lawrence sobre Cézanne está contenido una gran lucha por la atención. Siendo Cézanne, y diciendo D. H. Lawrence que sólo logró poner atención finalmente en un puñado de manzanas, pues no es muy optimista , porque dices y ¿los demás qué podremos hacer?
Me parece que ahí están las operaciones. Las operaciones de cada uno para devenir un poco Cézanne como devenir un poco Simone Weil y lograr poner atención propia a algo. Luchar contra el cliché para ver por uno mismo y confiar en eso del deseo, que D. H. Lawrence lo llama la intuición, para lograr sentir, y, por tanto, a partir de esa sensación comunicar, aunque sea una palabra ya tan fea, tan gastada, algo con respecto al mundo que vivimos en común.
Atención y escucha casi aparecen como sinónimos. Cada una puede ser, quizá, utilizada en una situación con respecto a un dominio de la existencia. Me parece que atención, tal y como venimos hablando como esa capacidad de vaciar de clichés y de abrirse a otra cosa, tiene que ver muchísimo con la capacidad de escucha, de escucha profunda de algo, de alguien. Porque precisamente nos requiere una paciencia escuchar al otro. Por ejemplo, en lugar de darle un consejo a alguien de lo que tiene que hacer, ser capaz, sin embargo, de aguantar en una conversación nuestras ganas de decirle al otro lo que tiene que hacer, lo que tiene que pensar, lo que tiene que ser para que, en esa escucha, que no es pasiva tampoco, porque puede expresarse en algunas preguntas para que el otro se aclare y llegue a su decisión, que será la decisión creadora, la decisión que le lleve a tomar un riesgo, a hacer algo distinto a lo que venía haciendo. Esa es una escucha que va a requerir un tiempo.
También la cuestión del tiempo aparece una y otra vez. Si la atención es cuestión de espera y la escucha es atención y, por tanto, también tiene que ver con una espera y la espera es tiempo, y es lo que menos tenemos supuestamente porque tenemos que ir corriendo detrás de todos estos logros que tenemos que alcanzar, programas que hay que cumplir, deberes para mañana, ideales del Yo, etcétera.
Entonces, me parece que la capacidad de escuchar es una gran potencia. Yo, en filosofía, también la vinculo con la capacidad de interpretar. Una capacidad que no es exactamente activa, sino que en primer lugar es dejar que algo de lo que está pasando te toque, y te toque a ti.
Entonces, la atención como una capacidad de singularizar. Me parece que la escucha también es esto. Escuchar no quiere decir ser capaces de repetir o de asimilar lo que el otro ha dicho, sino ser capaces de captar algo propio, singular, en aquello que está aconteciendo. En ese sentido hay que dejarse, también. Dejarse que algo te toque a ti, te toque en tu experiencia, te toque en tu inconsciente, en tu imaginario, en tus conexiones mentales, te toque a ti. A partir de ahí, algo se va haciendo, algo se va tejiendo.
Entonces, me parece que sí, que atención y escucha van juntas, que ambas tienen que ver con tiempo, que ambas tienen que ver con cuerpo, porque me parece a mí que se escucha con todo el cuerpo. La escucha no es intelectual. Se escucha con todo el cuerpo. Hay que poner todo el cuerpo también para escuchar. Desde luego sí, me parece que ambas para mí son modalidades de esta atención que a mí me gusta pensar como esa pasividad activa. Ambas en principio parece que son capacidades receptivas, pero finalmente yo creo que es lo único que nos va a permitir realmente una actividad propia, si no queremos repetir los modelos imperantes.
¿Cómo salir de esta educación que tenemos? Lo activo en primer lugar, al querer forzar, al querer aparecer, al querer brillar, al querer decir, a querer responder rápido y ser capaces, más bien, de entrar en esta capacidad de recepción. La atención es recepción. La escucha recepción. Y que esta capacidad de recibir el mundo, más que querer ir a por él, a forzarlo, a conquistarlo, a dominarlo, a seducirlo. Esta capacidad de recibir el mundo es lo que va a imprimir en nosotros algunas señales, singulares en cada caso, que nos van a permitir luego interpretar una situación de lo que estamos viviendo, escribir una reseña, actuar en una situación determinada de una manera propia y no automática.
Entonces, me parece que lo que nos permite salir del automatismo es entrenar las capacidades de recepción, que tiene muy mala prensa en tanto que estamos como forzados, educados para siempre estar en una posición de control del mundo, de dominio de mundo.
Aquí sería, más bien, ser capaces de dejarnos afectar por el mundo y que esa afectación es lo que nos permitirá luego algún tipo de creación.
Amador Fernández-Savater (1974) es filósofo, escritor y activista. En la primavera de 2022 activó en el Museo Reina Sofía el taller de lectura Prestar atención: un desafío contemporáneo como parte de la Escuela de la Escucha, un programa de formación para docentes —pero extensible a otras personas interesadas—, que tiene como principal objetivo crear un espacio de reflexión para pensar de forma colaborativa en torno a la educación y la escuela.
Aquel taller retomaba el trabajo que habían comenzado previamente Amador Fernández-Savater y Oier Etxeberria en Tabakalera en torno al tema de la atención. Un contexto del que surge además la publicación El eclipse de la atención (2023) que han coordinado ambos y recoge una parte de los textos que se trabajaron en el Museo Reina Sofía.
En la conversación, recuperamos algunos de los temas centrales en torno a la atención o a las diferentes formas de atención posibles. Dialogando con las ideas de autores como Simone Weil, Rafael SM Paniagua, Yves Citton, Peter Handke o D. H. Lawrence se adentra en los desafíos y los retos de otras formas de atención en la contemporaneidad. De esta forma, Fernández-Savater reflexiona en esta cápsula en torno la espera activa como actitud reveladora, a la escucha como forma partícipe de la atención o al deseo como guía de otros modos de atender y descubrir la capacidad creadora.
Compartir
- Fecha:
- 10/04/2023
- Realización:
- María Andueza
- Licencia:
- Creative Commons by-nc-nd 4.0