Régimen severo
Capítulo 3. Radio Sicalipsis (un equilibrio inverosímil)
Transcripción
Radio Sicalipsis. Punto intermedio entre lo moral, artístico y el desenfado sin arte. Sin ser lo primero en absoluto y no llegar al desprecio de aquellos con gusto estragado
Radio Sicalipsis. Un equilibrio inverosímil
Capítulo 3. Régimen Severo
[Francisco Fornells. Ma belle Niní, Rollos Victoria (1919)]
─ Rubén Coll: Estas son las aventuras de La Yoya y el Dr. Espejo. La Yoya, en una de sus derivas por la ciudad, vestida demasiado ligera para los rigores del invierno madrileño, baja la calle del Prado hacia el Congreso. A la altura del Ateneo, ese modesto templete del conocimiento de última temporada, se encuentra con el Dr. Espejo. La Yoya y el Dr. Espejo se habían cruzado en el salón de la Sífilis, que era como se conocía al Café Zaragoza de la Plaza de Antón Martín. Un lugar de dudosa moral donde, el Dr. Espejo se escondía para tomar absenta.
─ Álex: Desde 1866 el Café Zaragoza se encontraba en la Plaza de la Revolución o de la República. No era raro escuchar el “Himno de Riego!” cantado por el tenor Julián Gayarre Garjón, un asiduo al lugar. Pudiera ser que el cuplé “La Diputada” surgiera de tal himno. Pero eso es otra historia.
─ Rubén Coll: La Yoya gozaba divertida por la almidonada presencia del Dr. Espejo que salía del Ateneo con varios libros bajo el brazo. También por la pretendida amabilidad del doctor que trata de disimular la caída de ojos a su magnífico escote. Espejo le propuso a la Yoya tomar un café. Se agarraron del brazo y se fueron en dirección a la Plaza de la Revolución.
─ La Yoya: Don Dr. Espejo, ¿qué me recomiendaria usted para comer? Porque hace un frío mortal.
─ Dr. Espejo: ¿Don Doctor? Bueno, a ver, pues yo le recomendaría un caldito, también porque no tenemos dinero para pagar otra cosa -por lo menos yo. Mire, mientras nos lo traen le voy a contar una historia para que se haga a la idea de lo que tiene que sentar bien con el frío y esto. Usted figurase que según han ido pasando los años, hasta cierto momento, la dieta, el régimen severo, la dietética, eran lo más importante de la comida. Osea, cuando alguien se planteaba como comer se lo planteaba desde la dietética. ¿Qué pasa? Pues que ahora la ciencia dice unas cosas, antes decía otra. Por ejemplo, en época de los romanos, la comida se separaba entre lo crudo y lo cocido. Pero lo crudo y lo cocido no era, por ejemplo, un trozo de cerdo que se hierve y se convierte en un jamón cocido. No, no, no… Por ejemplo, algo cocido era una zanahoria, bueno, una verdura. ¿Por qué? Porque le había dado el Sol y se había cocido con el Sol, entonces eso hacía que tardara más tiempo en pudrirse. Las legumbres, por ejemplo, estaban entre crudo y cocido, porque es verdad que tardaban un tiempo en pudrirse, pero luego se podían convertir en semillas, entonces algo de crudo tenían. ¡Vaya! Que en esa época las cosas iban de una manera totalmente distinta. Aun así, yo creo que una cosa caliente, un líquido caliente, siempre sienta bien contra el frío.
─ La Yoya: ¡Pues complicaos’ estos romanos, eh! ¡Oiga! ¿Y en la Edad Media? Que me gusta a mí muchísimo la Edad Media. Yo siempre quise ser una tabernera, de esas orondas, de la edad media.
─ Dr. Espejo: Pues en la Edad Media, para quien pudiera comer, la cosa era muy sofisticada, contrario a esto que se piensa de la Edad Media. A ver, sí, tenedor no tenían, porque hasta que los franceses lo inventan, tenedor no hay. Pero sí que tenían como unas normas, unas normas que habían sacado de la Antigüedad, de esto que le cuento ahora de los romanos, pero también de la medicina árabe, porque al final algo se llevaban entre unos y otros. Y el caso es que tenían esta teoría de los cuatro humores: los cuatro humores eran como un estado de ser, una manera de estar, que se regía por una de las bilis, uno de los fluidos que había dentro del cuerpo. Por ejemplo, estaba el humor sanguíneo, que era caliente, apasionado… donde estaba la pasión, vaya. Luego estaba, por ejemplo, la flema. Y el humor flemático al fin y al cabo era un poco la enfermedad, el malestar… ¡Tampoco me acuerdo muy bien de esto, si le digo la verdad! Y luego -de estos dos sí que me acuerdo bien- estaba la bilis. La bilis, el humor biliar, era cuando estás muy enfadado. Y, por eso, cuando uno dice que se le sale la bilis, que traga bilis o que mastica bilis, es porque está muy enfadado. Y luego el último- que es muy curioso porque tuvo mucha repercusión en el mundo del arte- es el humor melancólico. Y el humor melancólico está regulado por una cosa que se llama el humor negro.
─ La Yoya: Sí, lo de melancólico un poco así saturnino, que tengo yo amigos saturninos y melancólicos.
─ Dr. Espejo: Eso se decía, sí, que cuando estaba Saturno por ahí la gente andaba como con la Luna o algo así.
─ La Yoya: Pero yo me siento más pasional, más sanguínea, más dislocada, más disparatada.
─ Dr. Espejo: Esa era la sangre que decían que era caliente y húmeda. ¡Hombre, pues usted…!
─ La Yoya: Lo veo nítido, caliente y húmeda, ¡esa soy yo!
─ Dr. Espejo: El caso es que a esta hora pues nos suena a magia, pero se lo tomaron súper en serio, ¡eh! O sea, toda la comida era interpretada como una medicina, como le decía antes. Entonces, para compensar un humor, si estaba uno demasiado afectado, por ejemplo, por la pasión, pues tenía que enfriar. Y si estaba uno demasiado melancólico, tenía que calentar. Entonces, por ejemplo, si estaba uno muy melancólico, ¿qué tenía que meterse? Pues cosas húmedas y calientes, como para recuperar un poco la pasión. Entonces, pues, aparte de lo que se le está ocurriendo a usted, para quitar la melancolía, pues también se tomaban cosas de lo más raro: canela, vinos calientes, perlas, seda, oro, unos mejunjes así que se encontraban con recetas que se inventaban en los libros… ¡Y vaya! ¡Pues así se lo pensaban, así se lo cocinaban!
─ La Yoya: Bueno, me parecería increíble ver mi cuerpo cual caldero lleno de sedas de oro. No sé, de maravillas de… ¿quién sabe? No sé, un festín. Me parecería maravilloso, una exquisitez.
─ Dr. Espejo: ¡Exactamente! Mire, la exquisitez es una palabra complicadillo dentro de esta historia que le estoy contando -ahora que ya me han traído el caldo. Hasta cierto momento, la dieta en Europa se regía por estas normas. El que se lo podía permitir se regía por estas normas. Mire lo que le voy a decir: si es que se las creían tan a pie juntillas que un plato de hoy como es el buey, que estamos todos deseando comerlo. ¿Quién se acuerda ya de cómo sabe el buey? Yo no sé si lo comí alguna vez siquiera. El caso es que bueno, una cosa así como el buey, los ricos de aquella época, los señores, se la daban a los pobres porque pensaban que tenían el estómago más recio, y para ello se reservaban los pescados que tenían poca consistencia, las aves… Es decir, se lo creían todo esto a pies juntillas. El caso es que luego esto se fue cambiando y apareció los exquisito, los sabores, las cremas, las salsas…
─ La Yoya: ¡Bueno, bueno! Todo eso que a mí me resuena a turgencia, a placer, a algo chorretoso -me gusta mucho esa palabra, chorretoso-, a la gula, al vicio, a los siete pecados capitales, a todo eso que mueve mi existencia.
─ Dr. Espejo: Sí que le suena porque usted una salsa no se la ha comido en la vida. Pero bueno, la gula -que ya he dicho que era este pecado capital- claro, estos señores tan ricos, que seguro que más de uno era un obispo, querían comer bien, ¿qué era esto que decía el humor este, el humor el otro? ¿Entonces qué hicieron? Pues se inventaron una palabra, la palabra exquisitez. Entonces las cosas exquisitas eran lo que diferenciaban a un glotón de clase alta, de un glotón de clase baja. Entonces, el glotón clase alto era un exquisito, era un hombre de gusto, una persona así de gusto, de buen gusto. Igual que tenía buen gusto para la comida y que comía cosas exquisitas. Pues también tenía buen gusto para la música, buen gusto para la escultura, para la decoración, para la pintura… Y claro, entonces era el conocedor, el connaisseur, el que hoy te diferencia lo que es bueno de lo que es malo, el que te dice lo que está de moda y lo que no, lo que es bonito, lo que es feo, lo que hay que comprar para poner en una habitación y lo que no. En fin… ¡unos pedantes!
─ La Yoya: Pero aquí el connaisseur, mucho hombre de gusto, mucho hombre galante, que no lo ha dicho, pero yo se lo digo, que hay mucho hombre galante por ahí, ¡oye! ¿qué hay de la mujer galante? Y de, no sé, ¿de nosotras? Hombre de gusto, ¿y la mujer de gusto?
─ Dr. Espejo: Yo me inclino a pensar que habría mujeres de gusto. Lo que pasa es que en estos libros que traigo…
─ La Yoya: En ese mogollón de libros que lleva.
─ Dr. Espejo: Sí, aquí, en estos libros, a mí sólo me hablan de hombres. Yo espero que algún día la gente cuente la historia, porque debe haber de haber mujeres en esa época. Pero yo, ya le digo, no me aparece en ninguna de estos libros.
─ La Yoya: ¡Qué curioso! ¿Pero ha leído todos los libros que lleva?
─ Dr. Espejo: Mire, este, el que tengo, que estoy ahora con él, tiene muy buena pinta. Este se llama… Está en francés, pero yo se lo voy a traducir para que se entere. La excelente y muy útil… ¡Perdón! El excelente y muy útil opúsculo de Nostradamus, 1555. No le diga a nadie que tengo este libro, porque la verdad es que lo he conseguido de una manera… bueno, no muy honrada.
─ La Yoya: Soy una tumba absoluta.
─ Dr. Espejo: Que tampoco hace falta que se muera. Pero bueno, a lo que iba. Mire, que hay aquí recetas de mermelada, remedios, dulces, conservas, remedios para terapéuticos y luego están la recetas electuarias.
─ La Yoya: ¿Electuqué?
─ Dr. Espejo: Electuarias, mire.
─ La Yoya: Electuarias.
─ Dr. Espejo: ¡Qué rubor, de verdad! Mire, se trata de unas recetas para aumentar el vigor, ya me entiende usted.
─ La Yoya: En la batalla.
─ Dr. Espejo: No, mujer, en la cama, en la cama.
─ La Yoya: ¿Qué me dice?
─ Dr. Espejo: ¿Se acuerda usted de lo de los humores?
─ La Yoya: Más menos…
─ Dr. Espejo: Bueno, lo que le acabo de voy a contar. Pero bueno, el caso es que esto que le he contado yo de los humores, pues era un poco lo mismo en la alcoba. Entonces, el deseo evidentemente era caliente, sanguíneo, ¿no? Y la ausencia de ello era fría. Por eso la gente que no le gusta meterse en la cama con nadie la llaman frígida. El caso es que eso, según esta gente, se podía compensar. Y claro, pues había que meterle ahí a uno bien caliente, bien de picante. Por ejemplo, mire, tengo otro libro aquí porque justo estoy con este tema. Estos son Los cuentos de Canterbury que les sonarán, ¿no?
─ La Yoya: Algo.
─ Dr. Espejo: Aquí y hay uno, espere, que se llama “Cuando la tierna juventud desposó a la encorvada vejez”. Esta es la historia de enero: enero necesita una ayudita con su mujer, que es mayo, porque mayo se la está pegando con otro. Y el caso es que enero, para intentar recuperar a su mujer, que se piensa que se la está pegando solamente porque es viejo, pues se hace un vino caliente con hipocrás, salvia y jarabe. Y vaya, pues esa noche enero cumple, enero cumple y por la mañana está todavía a tope, pero al final su mujer se va con el otro.
─ La Yoya: ¡Jope con enero! ¡O sea que le da igual! ¿Sabes a quién me suena a mí enero?
─ Dr. Espejo: ¿A quién?
─ La Yoya: A Príapo, que me ha hablao’ mi prima Eugenia de Príapo.
─ Dr. Espejo: Yo creo que que su prima Eugenia estaba un poco equivocada porque, mire, enero tenía problemillas para estar… ¡Para dar el do de pecho, vaya! Y Príapo era más o menos lo contrario. Príapo, decía la mitología, era el hijo de Dionisio y Afrodita, es decir, que era el dios más, más extático, más gustoso, más… en fin. El caso es que, pues como siempre pasaba así en estas tramas de las mitologías, de las metamorfosis, de las Iliadas… Bueno, ¿pues qué pasó? Que al final Hera, que mandaba mucho -Hera era la mujer de él. Bueno, el caso es que Hera se pone celosa. ¿Y qué hace? Pues a Príapo le condena a estar siempre con el falo erecto y eso de hecho tiene un nombre ahora, que se llama el priapismo, que es una enfermedad dolorosísima, dicen, dicen.
─ La Yoya: Bueno, pues yo me había inventado lo de Príapo-nutriente…
─ Dr. Espejo: Príapo-nutriente, ¿eh?
─ La Yoya: Que parece que a mí me da, no sé, yo creo, la comida y las especias… pues no sé, lo picante, como que animan, ¿no? Animan.
─ Dr. Espejo: Bueno, sí, se pone uno un vino… Sí, animan.
─ La Yoya: Pero a lo mejor podíamos matizar un poco este rollo y en vez de ser Príapo-nutriente…
─ Dr. Espejo: Que se pone la Yoya creativa…
─ La Yoya: ¡Exacto! Podríamos pensar que es como Príapo-satisfactorio, en el sentido de mirar la forma y la ergonomía de los alimentos y no tanto sus propiedades nutricionales.
─ Dr. Espejo: No me esperaba que saliera por otro lado.
─ La Yoya: Usted me entiende porque hablo de la ergonomía, ¿no? La cuestión es saber si yo pudiera meterme…
─ Dr. Espejo: Ya, ya, ya…
─ La Yoya: Mire, para explicarme mejor le voy a poner una canción que lo explica mucho mejor que yo de la Bella Dorita, y ahí quizá le de usted la inspiración del doble sentido de la berenjena.
─ Dr. Espejo: A ver, déjeme el disco y le pido aquí al mozo que lo ponga la gramola.
[La Bella Dorita. Régimen Severo (1906)]
Como todas las señoras de hoy en día,
el furor me ha dado a mí de adelgazar,
y a un doctor especialista en quitar grasa
le he pedido que me quiera aconsejar.
Y me ha dicho las verduras, hija mía,
desde hoy serán su santo y patrón.
Que las carnes son manjares del diablo
y los guisos su más grande perdición.
Y con su voz grave,
qué miedo me dio,
régimen severo,
así me recetó.
Nada de patatas, ¡no! (¡No!)
Nada de judías, ¡ja! (¡Ja!)
Nada de garbanzos, ni un gramo de arroz.
Sólo berenjena, ¡sí! (¡Sí)
Sólo zanahorias, ¡ay! (¡Ay!)
Y unos nabos tiernos que aclaran la voz.
Siga mi consejo y dentro de unos años
tendrá usted a sus plantas al lobo feroz.
Enseguida fui al mercado pues me gusta
por mí misma las comidas escoger.
Y encontré unas berenjenas estupendas
que en mi mano no podían ni caber.
Me compré de zanahoria cuatro kilos,
como eran que entrarían sólo tres.
Nabos tiernos, dos manojos, y un pepino
más hermoso que la faja de un payés.
Nada de patatas, ¡no! (¡No!)
Nada de judías, ¡ja! (¡Ja!)
Nada de garbanzos, ni un gramo de arroz.
Sólo berenjena, ¡sí! (¡Sí)
Sólo zanahorias, ¡ay! (¡Ay!)
Y unos nabos tiernos que aclaran la voz.
Siga mi consejo y dentro de unos años
tendrá usted a sus plantas al lobo feroz.
Tome zanahorias cada día
pues así tendrá lo que quería.
─ Rubén Coll: De pronto, la poderosa voz de un vendedor ambulante se cuela en el Café Zaragoza y aplaca el sonido de cristales, tenedores y cucharillas, como también aplaca el portentoso filtro de agua, sistema Howatson de gran potencia, que permite ofrecer agua cristalina y limpia de materias nocivas. E incluso también acaba con la selecta música que suena aquella noche. El vendedor dice:
─ El vendedor: La última palabra contra la neurastenia y la debilidad general, tomando el patentado jarabe Richi, de glicerofosfato fosfato compuesto, usted el recuperará su actividad extraordinaria.
─ La Yoya: ¡Ay sí, así estoy yo, Don Doctor, Don Doctor Espejo! ¿Me ha mirado usted?
─ Dr. Espejo: Está hecha una birria.
─ La Yoya: Estoy hecha una birria?.Me pudiera comprar un botecito de esos, porque estoy como dice la Balbina, con la neurastenia. ¿Le puedo recitar un verso de otro cuplé?
─ Dr. Espejo: Bueno, pero no llevo suelto, no le voy a comprar ningún frasco rápido.
─ La Yoya: Da igual, pero me escucha, que a mí eso me gusta.
─ Dr. Espejo: Bueno, la escucho.
─ La Yoya: Y dice algo así como: la Balbina, la Balbina, ya no toma la aspirina porque, según dice el Eugenia, lo que tiene es neurastenia.
─ Dr. Espejo: ¿Cómo acabaría la Balbina?
─ La Yoya: ¿Cómo acabaría la Balbina? Pues malamente, malamente. ¿Quiere saber cómo acabó, de hecho, la Balbina?
─ Dr. Espejo: ¡Venga!
[Carmen Flores. El suicido de la Balbina (1927)]
Cosas de la vida.
Le sorprendí anteanoche con la pelos(?)
en el Tupi de Cascorro.
Y llevá’ por la rabia y por los celos
la pegué el primer mamporro.
Él al verme me dijo: ¡Balbina! ¿A qué vienes tú?
Y me hizo esa lesión en la retina
con una botella
de pilsner Mahou(?)
Bueno, se armó una como pa’ emigrá’.
Hubo arranque de añadío’.
Epílogo en la combi(?)
Y como yo no puedo soportar este desprecio del Eleuterio
y como la neurastenia invita al suicidio,
acabo de tomarme 20 pastillas de sublimao’
para ver si reviento de una vez y… Colón 34.
Ya me ha dao’, ya me ha dao’
La culpa del sublimao’
¡Ay, ay! ¡Ay, Balbina, la has diñao’!
Por eso vengo a despedirme
de todos mis conocimientos.
Para ver si algo tienen que decirme
en mis últimos momentos.
Ya mañana será la Balbina un deforme montón
y no acordarse más de la aspirina,
ni del coreado cuplé de Colón.
Ya he dejado escritas mis últimas voluntades:
Dejo al alcalde de Madrid el último recibo del inquilinato revisado y sin pagar,
a Carulla un retrato de la Chelito bailando la rumba,
y como cosa rara pa’ que la expongan en un museo
un panecillo con el peso justo.
El resto de mis bienes emplearán en hacer una edición de lujo del Ven y Ven.
Ya me ha dao’, ya me ha dao’
La culpa del sublimao’
¡Ay, ay! ¡Ay, Balbina, la has diñao’!
─ La Yoya: ¡Hay que ver cuántas palabras hay por ahí! No se ha fijao’ usted hablando tanto que estamos hablando de comida, como ahora la gente usa unas palabras muy raras: biscuit glacé, café olé, champagne frappé… ¿Lo está escuchando usted por la calle?
─ Dr. Espejo: A ver, hombre… A ver, podríamos ponernos así, históricos, como antes, y decir que la alimentación ha cambiado el lenguaje, han aparecido palabras nuevas, ¿no? Mire, por ejemplo, la palabra de lo delicioso, lo exquisito, que hablábamos antes, ¿no? Pues habría que ponérsela a vinos madurados en roble, algo ampuloso que se pudiera vender a un precio grande. Y a ver qué hay más grande, qué hay más ampuloso, que ese acento francés que aquí tanto se lleva. Mire, cuando en Francia le cortaron la cabeza los reyes…
─ La Yoya: ¡Como debe ser!
─ Dr. Espejo: Pues sí, como debe ser, porque mire: si los Borbones estos hubieran perdido la cabeza en una cesta, en lugar de seguir perdiéndola con la juerga, a lo mejor nos iba mejor. Pero bueno, a ver qué va a decir uno. En fin, como iba diciendo, que cuando en Francia ya no había reyes y la Iglesia perdió un poco de poder, pues entonces la gula ya no era tan, tan, tan potente. Y entonces aparecieron palabras como esta de la exquisitez, pero, por ejemplo, también para definir a estos botones de clase alta se habló de los sibaritas. Sibaritas que ya eran casi más que los señores con buen gusto. Pero mire usted, la palabra sibarita la adoptaron ya con qué tintes la burguesía francesa. Porque los sibaritas, en realidad, vienen de la palabra de la ciudad de una colonia griega que se llamaba Sybaris y que estaba al sur de lo que hoy es la península de Italia. Y los sibaritas eran gente con tan, tan, tan, tan buen gusto, vestían de oro, con paño púrpura… ¡Y claro, no daban palo al agua! ¡Todo se lo traían hecho! Y usted fíjese como eran, que no dejaban ni que en su ciudad hubiera ni herreros ni molineros para que no se les colara el ruido y pudieran estar tranquilamente de jolgorio todo el día.
─ La Yoya: ¿Y qué pasó con estos tipejos?
─ Dr. Espejo: Pues imagínense, se los pasaron a cuchillo. Los crotones, los mataron e inundaron la ciudad para que de allí no saliera nada. Luego ya se ha encontrado algo, pero vamos…
─ La Yoya: Como los franceses a los reyes. Más, menos.
─ Dr. Espejo: Más, menos. Un poquito más radical. Pero, mire, ahora que lo dice sí, un poquitín así. Porque mire, ¿a usted le suena Pitágoras?
─ La Yoya: Mmm… Algo, sí.
─ Dr. Espejo: El de los números, pi, catorce coma tres… Bueno, el caso es que Pitágoras, que no era de Crotona, pero sí se mudó a Crotona y estableció allí su academia. Y entonces uno de sus discípulos, Milón, fue el que se encargó de arrasar con los sibaritas. Los mató a todos. Entonces, bueno, sí que podríamos decir que un poco de pensamiento acabó con los glotones o bien con los gorrones.
─ La Yoya: ¡Caray! Me quedo pizcueta… ¿Qué te parece si escuchamos algo así, un poco sibaritesco? ¿O la historia de un sibarita que se llama Mi debilidá?
─ Dr. Espejo: Venga, dale, que nos queda…
[Carmen Flores. Mi debilidá (1920)]
Le conocí una tarde en Provisiones
bailando en un concurso de chotís.
Y dije, ¡ay mi madre sostenerme
que al mirarlo que ha dao’ un paralís!
Su cuerpo era una estatua
su cara era un primor
y el pelo tan hermoso y tan brillante
cual si se lo limpiara con luzón.
¡Ay me volvía loca!
Porque como además es bizco
pues no sabía si me miraba a mí o al del violón
y me daba rabia.
Y eso que tiene un zimbreo, que bailar con él es como decir:
“Llamarme a las diez que me voy a echar un rato”.
Con que me dijo: “Bueno Obdulia, yo te dejo que me raptes, pero con bases”.
Y son:
Primera, piso en Grand Rue con todo el confort moderno.
De la calefacción central no te preocupes, es cosa mía.
Segunda, llamarme a lo Agente Alemán o Milord.
Y tercera, forrarme las torrijas en uretra.
¿Es? ¿que si es? ¡es poco para lo que tu te mereces!
Porque, ¡Ay Eleuterio! ¡ay Eleuterio!
Para tu fama no son na’ los ministerios.
Porque dices dices tú, ¡aquí estoy!
Y todo el sexo bello grita !viva voy!
(Mamá que me troncho)
Y aunque era de exigente en su deseo lo hice tal y como él lo pidió.
Pues lo instalé en mitad la Gran Vía, con un lujo más kitsch que una capó.
Y al viejo que tenía le dije sin tardar: ¡Dispense que le deje y no me pida,
que está prohibida la mendicidad!
Bueno, y había que verle a él con to’ lo negro que es,
que parece una morcilla mal confeccioná’
vestido con un piyama azul desfallecido.
¡Ay¡ Pero la gozamos la mar.
Allí tó eran besos, caricias, abrazos y... Alguna que otra bofetá’.
Pero no me enfadaba, al contrario, me daba una y si no repetía me decía yo muy triste,
Y es que cambió mucho, sobre todo en el vestir,
era que salía a la Castellana y le sacaban hasta fotografías.
Y en el comer, antes se comía una de explosivas
y salía de la tasca con viento en popa.
Pero después consomé polá, petit pua, pave truffe, champagne frappé, biscuit glacé, café olé y un buen puré… Y todo de gorré
Y es que… ¡Ay, Eleuterio! ¡ay, Eleuterio!
Para tu fama no son nada los hemisferios.
Porque dices tú dices tú: ¡Aquí estoy!
Y todo el sexo bello grita: ¡Viva voy!
─ La Yoya: Ve usted, Don Doctor, que re-sofisticación tiene este francés, ¡Oh, là là! En fin, lo que me planteo yo siempre es que estamos hablando de manjares, de sibaritas, de hombre de gusto, de gente así como con muchos posibles, que le digo yo. Pero usted sabe que aquí pasamos mucha hambre y que la inflación está absolutamente disparatada y desmedida, porque los dos sabemos (bueno, a mí se me ve). Pero usted va muy elegante, pero un pelín roído. Todos sabemos que se alimenta de café con leche y bicarbonato. Está usted hecho un figurín, todo hay que decirlo. Bueno, ¿pero no siente un poco de debilidad por un cocido, un buen cocido, no sé, unas alubias, una morcilla, una fabada…?
─ Dr. Espejo: Mire, yo ya no me acuerdo hace cuánto me comía un cocido. Si le digo que… Mire, la señora Rosa, que es la que lleva la pensión, dice que van subiendo los precios, y yo estaba haciendo cálculos. Y mire usted, antes del año 1914, cuando la guerra aquella, hasta hoy, lo que antes costaban unas alubias pintas siete pesetas ahora cuestan dieciséis. ¡No hay alubias!
─ La Yoya: ¡Dieciséis pesetas! Hay que ver… ¡qué vergüenza! Pero si la alubia es de aquí de toda la vida, si hay alubias a cascoporro, hay un montón de alubias. Y además, no sé, es una de las características de esta gran nación en la que los hombres son muy hombres y los españoles muy españoles.
─ Dr. Espejo: Pues mire, le voy a decir una cosa: igual que en estos libracos que traigo aquí no hablan de mujeres, tampoco hablan de pobres. E igual que no hablan de pobres, me da a mí que también se inventan algunas cosas, porque la alubia española tiene poco. Mire, la alubia se trajo aquí, lo que sería la alubia pinta, en 1528. Se la llamaba la Nueva Granada porque era de lo que entonces era el Virreinato de Nueva Granda, y tenían a toda esa gente allí, ¡pues imagínese! Como a los pobres y las mujeres ahora, ¡peor! Y el caso es que como era una alubia que crecía en las altitudes de los Andes pues, cuando la trajeron aquí la empezaron a mezclar con otras alubias que habían traído de México y se empezó a poder plantar en sitios más altos. Por ejemplo, la pinta alabesa, roja, es un poco andina. ¡Si es que antes aquí no había alubias! Había habas, fabas, fabes… Pero, ¿alubias? ¿Lo que vienen a ser alubias? ¡Son todos los frijoles!
─ La Yoya: Pues vaya tela, ¿no? De todas formas yo te digo una cosa, Don Doctor, que me parece muy injusto que haya gente tan frappé, tan olé olé, y nosotros que ni con una perra gorda no nos compramos nada. Y que haya tanto garbanzo entrando y saliendo y a nosotros no nos llega nada. De hecho, no sé, me parece bastante terrorífico. ¿Usted cómo lo ve?
─ Dr. Espejo: Yo lo veo feo, yo creo que habría que hacer algo. Yo me leo estos libros y paso frío, y creo que algo habría que hacer. Mire, mire lo que va a sonar ahora.
[Carmen Flores. La sindicalista (1919)]
Si pa’ dentro de dos meses a lo sumo
no funciona un sindicato de castizas
que me metan en un horno en traje de Eva
y que arrojen al arroyo mis cenizas.
Lo que está pasando aquí es una vergüenza,
no hay un dios que tenga ya moralidad.
La mujer debe de ser como yo pienso
ni soltera, ni viuda ni casá’.
Todo el que quiera vivir se sindicotaliza’, ni más ni menos
y el que no lo haga va a comer bacilus o aires de Guadarrama.
Señor, es lo que dice Lenin, que tú tienes 10, pues me das 5,
que el otro tié’ 20, pues me da 10.
Y así por lo menos se va una haciendo de un capitalino decente.
¿Que usted no está conforme?
Y oiga usted, ¿usted es de Maura o de Romanones?
Usté es de Puente de Vallecas, nos ha aplicao’ los rayos X.
El que no llora no mama,
y el que mama usté’ calcule lo que lo alimentara con lo que se come hoy día.
Así que vamos a formar un sindicato que tenga por lema:
Igualdá’, fraternidá’, legalidá’.
Reparto de los bienes,
y aquí no ha pasao na'.
Antes iba usté’ a la plaza con un duro
y compraba jamón a roscatina. Ahora lleva usté’ 3 duros y se viene
con dos hojas de laurel y unas sardinas.
Las patatas y los huevos de los pueblos
por vagones se les ve llegar aquí.
Pero claro, si después los almacenan
luego dicen que no hay huevos en Madrid.
Y de todo esto tiene la culpa
el acaparador, el exportador, el despertador,
y el despertador del proletariado que no suena pa’ despertar al pueblo que paece’ de sueño crónico.
Al que madruga Dios le ayuda, ¿verdad?
Pos’ yo me levanto a la seis y no me ayuda ni Dios
¿Se pue’ pasar esto sin protesta? No.
Pues a luchar por la idea.
¿Se pue’ pasar? Sí, adelante.
Nosotros no iremos a no hacer una bandera de ese lema que dice:
Igualdá’, fraternidá’, legalidá’.
Reparto de los bienes,
y aquí no ha pasao na'.
Reparto de los bienes,
y aquí no ha pasao na’.
─ Dr. Espejo: Bueno, pues me debo marchar, Señorita Yoya. Ya me esperan.
─ La Yoya: ¿Y quién le espera, Don Doctor?
─ Dr. Espejo: Bueno, me ha pillao’… La Señora Rosa. Tampoco es que me espere, es que va a poner almuerzo encima de la mesa y…
─ La Yoya: ¡Pues yo le ofrezco un plan alternativo! Nos quedamos usted y yo, nos tomamos nuestra última copita de absenta que nos sienta muy bien…
─ Dr. Espejo: Hombre, eso ya suena bien, sí.
─ La Yoya: Y lo puedo aderezar con un paquete de picada y un poquito de bicarbonato, y cuando nos acabemos todas la existencias nos vamos al sindicato, juntos, a ver si arreglamos todo esto de las patatas, de los pueblos, y la vergüenza y la igualdad.
─ Dr. Espejo: Pues mire, me ha convencido, ¡vámonos!
[Amalia Molina, La Diputada (1932)]
Llegó la hora del feminismo,
y como siempre fuí avispada,
y en todas partes me llevo algo,
me llevé el acta de diputada.
En el Congreso con Luis de Tapia,
estoy actuando de adalid,
¡Viva el divorcio! ¡Vivan mis manos!
que aún no han cosido, ¡ni un calcetín!
Y hasta en la peluquería,
me llaman “Su Señoría”
Y como Victoria Kent,
viajo de balde en el tren.
Sí, señores diputados,
hay que acabar con el bolcheviquismo y con el vaguismo, con lo mismo.
aquí el que no trabaje, que no coma,
empezando por los enchufistas.
El día que me deje,
el Presidente hablar,
en hombros por la calle,
me tienen que sacar.
El pobre Conde de Romanones
que ya no tiene, ¡ni una peseta!
Me dijo anoche: Pues me conviene,
ser diputado y ¡estar a dieta!
Pues sí, Leandra, que en estos tiempos,
que no hay enchufes, para un servidor,
tengo con ella, para ir mirando,
a las perdices, que es mi ilusión.
[…]
¡que den fuego al polvorín!
Yo creo que todo se arreglara,
¡incluso lo del himno!
porque pienso pedir,
a Don Fernando de los Rios,
que es muy flamenco,
que sea, el fandanguillo mayor:
La mujer de Estanislao,
cuatro hijos ha tenido,
la mujer de Estanislao,
y luego dice la gente
que es un obrero parado,
cuatro hijos ha tenido.
¡Olé, viva lo flamenco y lo torero!
Ambientado muy libremente hace unos cien años, este nuevo capítulo de Radio Sicalipsis toma forma de radio relato entre cuplés dedicados a la comida y libros de alimentación, cápsulas para la neurastenia y derivas políticas.
Está protagonizada por una desvergonzada Yoya —con su conocimiento de taberna — y un almidonado Dr. Espejo, bien cargado de libros. En realidad, dos personajes autoparódicos de Gloria G. Durán y José Luis Espejo: una versión más exaltada y anticuada de ellos mismas.
Una extraña pareja que toma caldo y absenta en el Café Zaragoza del madrileño barrio de Antón Martín mientras que dialogan, cuentan historias y, de vez en cuando, escuchan algunas canciones.
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- Fecha:
- 08/05/2023
- Agradecimientos:
Rubén Coll y Alejandro Jacotot
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Dirección y selección musical:
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Gloria G. Durán (Universidad de Salamanca)
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Guion:
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José Luis Espejo y Gloria G. Durán
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Realización sonora:
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José Luis Espejo
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Voces invitadas:
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Rubén Coll y Alejandro Jacotot
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Programa:
- Radio Sicalipsis (un equilibrio inverosímil)
- Licencia:
- Produce © Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (con contenidos musicales licenciados por SGAE)
Citas
- Francisco Fornells. Ma belle Niní, Rollos Victoria (1919)
- La Bella Dorita. Régimen Severo (1906)
- Carmen Flores. El suicidio de la Balbina, Compañía del Gramófono (1927)
- Carmen Flores. Mi Debilidá (1920)
- Carmen Flores. La Sindicalista (1919)
- Amalia Molina. La Diputada (1932)