Entrevista a Heimo Zobernig

Heimo Zobernig. Del 9 de noviembre de 2012 al 15 abril de 2013

Heimo Zobernig, artista: no quiero luchar contra la arquitectura, sino trabajar con ella. Cuando entré en el Palacio de Velázquez fue una gran sorpresa. Es un espacio enorme, y su arquitectura es de una época y un uso completamente distintos. Intenté comprender los volúmenes, la blancura y también la jerarquía que constituían este espacio. Pensé: “Qué puedo hacer con mi obra, de qué modo puede mi trabajo interactuar con este lugar”. Y algo clave fue la idea de eliminar los rastros que había del uso anterior. En los lugares que habían estado destinados a piezas pequeñas puse obras grandes para cambiar la dimensión de ese espacio y también para ver cómo influía ese espacio en la obra.

Jürgen Bock, comisario: la exposición no esconde la arquitectura; la obra no esconde la arquitectura sino que la realza. Este diálogo constante con la arquitectura es parte de la metodología de Heimo. El nuevo espacio siempre le otorga una nueva singularidad a su obra. Esta metodología se deriva, claro, de muchos años de experimentación en torno a la arquitectura.

Heimo Zobernig: mis primeras experiencias fueron en el teatro. Esta circunstancia me ayudó mucho a no ser tímido con las dimensiones. Actualmente soy profesor de escultura y veo que la mayor parte de los artistas empiezan con pequeños intentos. Personalmente me vi empujado a buscar escalas mayores, la escala humana o la arquitectónica. No pensaba en “lo teatral”. Cuando entré en el mundo del teatro en seguida tuve claro que quería hacer otra cosa, dedicarme a la escultura. Pero aquella experiencia me permitió entender muchos problemas presentes en el arte contemporáneo y que tienen que ver con los objetos esculturales.
A veces los objetos actúan sobre nosotros. No es algo consciente, está más allá de nuestra consciencia.

Jürgen Bock: eso es: si hay una silla, te sientas. Si hay un cuadro, lo miras. Los objetos nos dicen cómo actuar y qué hacer. Es parecido a cómo se manifiestan en política las convenciones sociales. Pero lo que me resulta más interesante, habiendo trabajado contigo en otra exposición relativa al telón, es los grandes conocimientos que tienes sobre el teatro –aunque lo abandonaste casi inmediatamente–, esa cortina falsa, ese telón entre el público y los actores; es una relación interesante la que se establece en el caso de las exposiciones de Heimo Zobernig tal y como yo las entiendo. Y es esa referencialidad y esas asociaciones a través de las cuales el público se convierte en autor. Si se logra entrar en esa dinámica es cuando se consigue entender un trabajo que a priori podría parecer hermético.

Heimo Zobernig: a finales de los años 70 me influía mucho Marcel Duchamp y su objetivo de hacer una obra de arte. Para ser artista solo hace falta hacer una obra, y entonces ya eres artista. Yo quería cambiar este equívoco según el cual la práctica artística es existencial. Fue una iluminación: empecé a pensar que es en su contexto social donde el objeto se ve definido como tal: ya no es solo un objeto cotidiano, es una pieza de arte.

Jürgen Bock: necesitamos ciertos elementos para que el arte sea arte. ¿Hasta qué punto los materiales que nos dicen “esto es arte” no podrían convertiste a su vez en arte o autor? Por ejemplo: el suelo de la galería, la luz, el catálogo, el texto del comisario, el propio comisario, etc. El museo, la ficha, el cartel… son todas esas cosas que necesitamos, como público, para declarar: “esto es arte”. La línea puede llegar a volverse –voy a usar un término alemán de Adorno–, “ausgrenz”: difusa, sucia, contaminada… En ese momento incluso el público informado puede llegar a sentirse inseguro. ¿Es esto arte? ¿Qué pasa aquí? ¿Está al revés este cuadro? Como institución nos dedicamos a declarar el arte como tal, cómo se hace. Y no pasa solo con el arte; metafóricamente esto se puede traducir a cómo la sociedad se encarga de otorgar significación a gran escala, y las necedades a las que esto da pie. Si nos paramos a pensar en ello podemos encontrarnos con muchas verdades incómodas.