En esta conversación con Jorge Ribalta se presentan algunos de los problemas de representación de los sujetos y las clases sociales en los que se centra la exposición Una luz dura, sin compasión. El movimiento de la fotografía obrera, 1926-1939.

La exposición pretende, en palabras de su comisario, dar a conocer la necesidad de la imagen para la lucha política en la historia del siglo XX, así como mostrar las condiciones para una autorrepresentación de la clase obrera. En definitiva, relatar mediante el montaje expositivo, la derrota de un proyecto iniciado en los años 30, que marca no sólo un momento histórico, sino un cambio sustancial en la cultura visual occidental.

En este sentido, se plantea una pregunta acuciante: ¿qué valor tiene la reproductibilidad, especialmente cuando es un condicionante tecnológico y económico para la existencia de una fotografía obrera, al ser devuelta a los formatos de exhibición tradicionales? Ante la idea de mantener estas imágenes en sus formatos, el comisario presenta la exposición como un espacio habitable. Si no tenemos sensaciones, si no traducimos los conflictos en sensaciones no podemos entenderlos, comenta.

De este modo, entre la experiencia y la reflexión histórica, se traslada la imagen a la esfera pública burguesa, al museo, desde donde se puede pensar la autorepresentación como un momento histórico de la cultura visual. Con esta trasposición se politiza ese espacio semi-público del museo, subvirtiendo así las bases de ese espacio burgués, en el que la autoría y el original habían sido marco y estructura del relato histórico.

Compartir

Código copiado al portapapeles.
Fecha:
20/04/2011
Realización:
José Luis Espejo
Locución:
Luis Mata
Licencia:
Creative Commons by-nc-sa 4.0