Una de las anécdotas que caracterizan la biografía de Aby Warburg es que era hijo de unos banqueros judío-alemanes, quienes legaron la fortuna de esta banca a su hermano con la condición de que éste adquiriese todos los libros requeridos, y quizás porque ese hermano nunca tuvo tiempo de leer mucho más que los libros de cuentas y sus cifras, olvidó considerar que una buena parte de la fortuna familiar iría dedicada a costear una de las bibliotecas más famosas de la Historia del Arte.

La biblioteca, más que acumulación de volúmenes, se guiaba por la lógica de vecindad y encuentro, en la que los libros de diferentes temas hallaban su sentido y narración en el encuentro físico. Junto al principio del azar, se conservan las fotos de los paneles de aquella biblioteca oval, preparada para pensar e investigar, en los que Aby Warburg montaba sus mnemosynes, la forma de pensamiento visual que a cualquier internauta le parece intuitiva, y que esconde la erudición perversa e insana de Occidente.

Georges Didi-Huberman recurre a Warburg, o más bien al Atlas, como excusa para esta exposición. Un espacio sobre el que también sobrevuela Walter Benjamin, que practicaba su erudición en una biblioteca pública, mientras pedía dinero prestado a Theodor Adorno.

“El objeto visual es la permanencia de la melancolía y la historia”, escribe Salome Voegelin.  

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Fecha:
22/01/2011
Realización:
José Luis Espejo
Licencia:
Creative Commons by-nc-sa 4.0